martes, 26 de marzo de 2013

Edina, la mujer de Gaza 2

"¿Que no es ella Edina?" decía Miguel a su amigo. "¿Edina, la de Gaza?" respondía el otro. -"No. Ella era muy bella, ella tenía mucho porte, era un encanto. Recuerdo cuando llegó  erguida y su cara elegante, extraña" -"Si ella tan discreta y silenciosa, recuerdo cuánto le costó hablar con nosotros, la primera vez" -"Oh si, solo miraba y sonreía, como quien no veía, solo miraba y sus ojos me ponían nervioso" decía Miguel "Cuando la vi por primera vez, no hablaba nada de español. Su paciencia y su consistencia le ayudaron a poderse comunicar. Es bárbaro como pasa el tiempo. ¿Cuanto hace que la vimos?" -"No sé 10 años?" -"Y si, yo trabajaba en Telefónica, estaba cerca de su laburo y me cruzaba con ella, cada día. Me fascinaba su mirada, como la evadía al cruzarnos por la acera; hasta que un día charlamos cuando el colectivo tardaba en pasar, aquella época en que todas las calles se inhundaban por la lluvia..... Oh si, ella hablaba muy poco, y usaba una tabla para dibujar sus ideas. Fue tan bueno ese día, no sentimos el tiempo pasar haciendo dibujos en su tabla"

Así recordaban ambos amigos a una hermosa joven que de pronto había aparecido y de la misma forma había desaparecido. Un problema migratorio la había obligado a volver a su país, ella, triste tenía que alejarse de todo aquello que ya había formado en la Argentina, ella tuvo que alejarse del país que la había refugiado.

Ahora lucía triste, acabada, su mirada distante y melancólica, tenía una gran decepción en el alma y sus ojos no la disimulaban. Su corazón dolía y sus brazos se observaban tiesos de tanto tocarse el corazón, de tanto cuidarlo. Su boca ya no sonreía, las comisuras de los labios y de la barba lucían colgados, como lo que luce un rostro que ha sufrido mucho. Sus ojos con profundas ojeras todavía hinchadas de llorar; su porte antes elegante y bien parecido, ahora lucía encorvado, con una joroba permanente que le dificultaba levantar el rostro. La cara antes redonda y bien marcada, los músculos rollizos y fuertes, ahora pendían sin fuerza de ese rostro antes hermoso.

Miguel y Roberto la miraban observando una ventana mientras esperaban el colectivo. "Ché decí en voz alta su nombre, tal vez te reconozca... Edina" Ella volteó y regresó su mirada perdida a aquella ventana que llamara su atención. "La viste, si es". Entonces se acercaron ambos amigos, estaban intrigados por el desenlace de esta belleza que ahora no lo era. -"Edina"? preguntó Miguel "sos vos?" La mujer, pausada y triste tardó en voltear a mirarlo, su mirada estaba perdida en lo  que aquella ventana le recordaba. -"Si" respondió con su acostumbrada discreción "qué querés?" -"Soy Miguel y el Roberto, te acordás?" Ella guardó la respiración un momento, tanta tristeza no había salido de su cuerpo, necesitaba aire para incorporarse en una charla, sonrió con poca efusividad; una de esas sonrisas que más asemejan una mueca -"Claro chicos, como andan. Que gusto verlos" -"¡¿Qué ha pasado con vos?! ¡Han sido muchos años desde que te conocimos!," dijo Miguel animándose a una charla. "Regresé a mi país, me casé y enviudé, y ahora estoy de regreso" dijo en tono parco, como quien intenta resumir toda una vida en las pocas palabras que su ánimo tiene para emitir.

Miguel, Roberto y Elisa se fueron a un café. Allí, ella les contó la historia. Efectivamente nunca comprendió la razón de que la regresaran a su país. El nuevo levantamiento empezaba cuando ella se fue, sus padres no querían que ella viviera los dolores y sufrimientos de la guerra, querían ahorrarle a ella todo lo que implica sobrevivir en esas condiciones. Sin embargo su destino estaba allí. El gobierno no quería nadie fuera de su control y mandaron llamar a todos aquellos que estaban fuera de casa, y ella no sería la excepción. Así nuevamente bajo el yugo del gobierno y en la casa paterna, le encontraron un marido. Ella estaba encantada, siempre dispuesta a lo que le tocara con la felicidad de quien cumple la voluntad de Dios. Empezó a conocerlo y a tratarlo y lo amaba mas que a nadie, estaba segura que sus padres habían encontrado el marido perfecto para ella. Una de sus cualidades era la de ser siempre responsable y activa,  intentando ser buena esposa, siempre tomaba la iniciativa, el tenía la vida resuelta a su lado, no debía esforzarse por nada porque ella ya se había adelantado y había preparado el camino. El tenía la bendiciónn de tener en casa una gran mujer que lo hacía un gran hombre.

Sin embargo el no sentía lo mismo. El, antes de conocer a Edina, a escondidas de sus padres, tenía un amor que era de otro nivel económico, una mujer que sus padres nunca aceptarían. El no entendía que debía enamorarse de una mujer de su nivel, pero el en su rebeldía encontró una mujer que le fascinó y de quien se enganchó. Sus padres lo obligaron a casarse con Edina, y el obediente accedió. Ella lo amaba tanto, que él de a poco olvidó a su amor. Durante un tiempo permaneció junto a Edina, enamorado de ella, pero un día el destino hizo que su antigua novia pasara por su lado. Ellos charlaron, y recordaron lo bello que era estar juntos. El empezó a desear no haberse casado, deseaba no haber conocido a Edina. Ella no comprendía el cambio repentino de él, ella seguía haciendo lo mismo, siempre preparando el camino para que él estuviera feliz y esforzandose más porque parecía que en algo andaba equivocándose.

Fue entonces cuando el encontró la salida, se alistó en el ejército o el ejército lo llamó. La huida perfecta para aquél que debe cumplir y no quiere, que debe cuidar el honor de la familia o el propio, el que se siente engañado, e infiel a su destino y a su patria. Se sentía desgraciado, se sentía muy mal por no poder amar a esa mujer que tanto lo quería, a la que debía respeto por ser su esposa.

Edina, no lo comprendía, pero un día le dijeron, le llegó un rumor y lo confirmó con él. Efectivamente, el encuentro con Esther había sido simple casualidad y algo que le había removido las fibras más profundas. Simplemente no había sido de propósito que el la buscara, solo se cruzaron y sin poderlo evitar miró en sus ojos el amor de aquello que nunca se cerró al abandonarla por Edina.  Ella no sabía qué hacer, si continuar con ese hombre que no la quería, o simplemente dejarlo libre confiando en que su amor era bastante fuerte para que con ella volviera. Cuando se enteró de que se iría a la guerra, empezó a sufrir. "No te vayas, Efraín" le decía Edina con tristeza -"es mi obligación con mi país y con mi gente" -"pero, yo que podría hacer sin ti?" -"Cualquier cosa, te encontrarás bien entre los tuyos, no te pasará nada" -"Pero si te vas a la guerra puedes morir" Efraín la miró largo, sus ojos tristes le decían toda la verdad -"Qué mas daba? Vivir con ella o morir en la guerra era lo mismo. Morir por su país le daría gloria, vivir con ella....

La noche anterior a su partida ella lloraba, no dormía. El... tampoco, también sintió miedo. Era su cita con la muerte, y necesitaba de mucha fuerza para afrontarla. Rezaba, rezaba y rezaba, solo eso le daba más tranquilidad. En la madrugada el se alistó y salió, ella lo despidió en la puerta. Se miraron y ella sabía que era la despedida. Se acercó para besarlo, pero el puso la mejilla. ¿Así terminaría todo el amor que ella le había dado? En un beso en la mejilla. ¿Sería acaso justo continuar viviendo con alguien que no la quería?

Pasaban los meses, y los días, las horas, que se hacían minutos y se cumplía un año. En su soledad repasaba cada momento que habían pasado juntos. Ella lo esperaba con ternura, nunca comprendió el por qué él no le correspondía. Algún día ellos se amaron, fueron felices cuando se casaron, con el tiempo de convivencia ella sintió el cambio: sentía como él se acercaba más a ella, como le sonreía y la miraba con ternura. ¿Que había pasado? ¿Por qué de pronto la había dejado de amar? Ella no tenía la culpa, era el amor que él no había cerrado lo que los había separado. El matrimonio obligado que lo había alejado de aquello que el mas quería, su novia Esther. No se le había permitido estar con ella, pese a todo el amor que ellos se profesaban. Se le había obligado a estar con una mujer muy buena, de su nivel, que valía todo lo que sus papás hubieran deseado, pero al no permitirle cerrar, el no se pudo despedir de Esther y vivir a Edina como ella lo merecía.

Miguel y Roberto no creían lo que escuchaban, ¿cómo puede afectar a una persona un matrimonio arreglado? -"en mi país es así. Generalmente los padres saben escoger las parejas, y hacen matrimonios buenos, pero..." y empezaban a rodar lágrimas por las mejillas de Edina " ..... no para mi" estallaba nuevamente en un llanto pródigo, fuerte, triste, desalmado.

Miguel trató de abrazarla, de consolar a su antes hermosa amiga. Ya había pasado tiempo y el calor y el cariño de ese abrazo, ayudaron a Edina a contener el llanto. "perdoname. No sabes lo que he sufrido por esa causa. Nadie me comprende, nadie sabe por qué lloro, nadie sabe qué pasa por mi corazón. Solo yo se, que ese hombre no me quería siendo que parecía que si. Normalmente los padres no se equivocan, cuando arreglan el matrimonio, es para bien, con el tiempo se olvidan esos amores juveniles, pasajeros para formar una familia bien avenida. Pero para Efraín no era así. Su corazón rebelde no obedecería el mandato de sus padres. El quería solo hacer su voluntad, no hacer lo que sus padres le decían porque su voluntad y su inconciencia eran mas fuertes que su obediencia. El obedecía con rencor, sin pudor, con la venganza sembrada en el corazón." -"Supiste algo de su novia, de esa Esther?" -"Si. Yo lloraba y lloraba, no había nada que me consolara, no comprendía mi desamor, no aceptaba que no se me amara como mis padres lo habían dispuesto. Pasaban los días de su ida. Yo no sabía nada de él. Yo buscaba los reportes, pero nada. Había una mujer, linda que alguna vez vi rondando por la oficina de guerra. Por alguna razon llamó mi atención, era pobre, pero digna".

Aquella noche en que tras varios años yo esperara sus noticias, lloré al leer el reporte de su fallecimiento. Hacía meses había muerto y recién nos habíamos enterado. Noté que esa chica también lloraba, pero desconocía por quien. Su llanto no era tan profuso, pareciera que ella esperara esa respuesta, pareciera estar al tanto y al día, de aquél que ella amara. Pasaban los días y yo lloraba desconsolada, mis ojos hinchados vivían, ya sin lágrimas, solo gemía. Tras pasar los días en que parecía que ya todo mejoraría, nuevamente lloraba, y me repetía "¿por qué no me amaba?". Ella se acercó aquella vez. -¿"Por quien lloras?" me preguntó -"Por Efraín Misharawi" Miré su rostro transformarse en una emoción guardada. -"Lo siento mucho, soy Esther". En sus ojos miré la tristeza de una mujer enamorada pero consolada. -"Desde el frente el me escribía; durante todos estos años vivimos un amor lejano pero con esperanzas. Me hablaba de ti, de lo arrepentido que estaba por hacerte sufrir, de que hubiera preferido no conocerte, que no hubieras regresado a este país para no haberse tenido que casar contigo y hacerte sufrir todo esto. Siempre permanecimos enamorados. Hasta que un día dejé de recibir sus cartas. Uno de sus amigos era mi vecino y sus padres me dijeron que Efraín había muerto. Su hijo se los había comunicado en una triste misiva. La burocracia que implica reconocer a los muertos y reportarlos hacían más lento el reporte en la oficina de guerra, Esther lo supo hacía meses supo de su muerte mucho antes que se anunciara oficialmente, mientras que Elisa había tenido que esperar en agonía... continuará

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