Cuenta la historia de una mujer que habitaba en los profundos bosques de Sherwood. Esta delgada ninfa vivía de una roca. Todas las ninfas viven en seres vivos, como árboles, agua, pero ésta vivía de una piedra. Su energía la tomaba de la piedra en la que se montaba día a día. Cada noche, en forma de cuclillas se montaba en su piedra, se llenaba de energía para que a la penumbra del día siguiente, con parsimonioso caminar, con lento andar, fuera en busca de sus otras amigas ninfas. Una vivía en un árbol, éste le daba la vida, era milenaria, el árbol llevaba viviendo en ese bosque cientos de años, y su copa no se miraba, tapaba el sol a todos los árboles pequeños, haciendo de este camino junto al que se encontraba, un lugar fresco, frío, pero apacible. Siempre la vida busca la forma de estar, y a su alrededor había pequeños vástagos que funcionaban como cortina para las ráfagas de viento que en ocasiones atacaban este bosque. Esta ninfa era azul. Era la piel necesaria para tolerar el frío de este bosque. Las ninfas originales vivían en Grecia y en Italia donde el clima mediterráneo, les permitía disfrutar de una desnudez blanca.
Así, la ninfa azul, iba plácidamente por su camino habitual cuando se encuentra con su amiga la ninfa del roble. Esta ninfa era verde. Llevaba el color de la clorofila que albergaban sus venas. Diariamente, azul y verde, se acompañaban en busca de su origen: el agua.
Esa mañana, la ninfa azul se sentía extraña, alguien venía detrás de ellas. El joven distraído había perdido su ruta. Evadiendo su realidad, mirando de un lado al otro, extravió su camino. Iba solo, distraído, seguro en su camino, sabiendo que en algún lugar encontraría quien lo rescatara. El joven distraído era alto y huesudo. Sus carnes eran suaves como el agua, porque siempre había quien lo salvara. El joven de carnes suaves tenía una voz hermosa y centelleante, su voz llamaba a todo aquél que estuviera alrededor. Su amabilidad atraía a todo aquél que él necesitaba para apoyarse. El no tenía la voluntad de salir adelante por si mismo, por eso buscaba a alguien.
En su emoción el joven apuró el paso, al mirar que las ninfas azul y verde iban delante. Amablemente las llamó. La ninfa azul, no pudo evitar turbarse al escuchar su dulce voz. Se detuvo y giró hacia el lugar en que provenía ese hermoso sonido. Miró al joven distraído. Se parecía tanto a otro que alguna vez había pasado por su lado. El joven tomó de la cintura a la ninfa azul, separandola un poco de su amiga, la ninfa verde, la quería para él, no deseaba compartirla con nadie. El joven de carnes suaves, no tenía la voluntad de hacer nada por sí mismo, así, instruyó a la ninfa que lo sacara del bosque, que su destino estaba en otro lado.
Su amiga, la ninfa verde, sintió envidia, el joven de carnes suaves le agradaba, los siguió de cerca y así le arrebató al joven. Él, sin mirar a la ninfa azul, abrazó a la ninfa verde y se dejó guiar, donde ella decidió. Ella con la dulzura de una ninfa, con la juventud eterna de quien no envejece, abrazaba y adoraba al joven, quien plácidamente disfrutaba de los placeres que la ninfa de clorofila le profería. La ninfa azul, la de la energía de la piedra, seguía su camino. El joven de carnes suaves no le había gustado, le había molestado su órden de sacarlo de allí. Sin embargo, de refilón, de una mirada discreta observó a su amiga, la ninfa verde, disfrutando de gran placer con el joven huésped, sintió envidia y decidió regresar y acercarse a ellos. Ella también podría disfrutar de este festín, había suficiente para todos. Así, él con su hermosa voz la seducía y ellas con sus texturas ninfales, con sus cánticos naturales, dominaban al joven.
Él no podía quedarse allí. Rompía la naturaleza. Su presencia hermosa corrompía la armonía siempre celestial de este frío bosque. Era necesario continuar el camino, pero el joven de carnes suaves, las tenía a ambas y no parecía querer moverse de ese cómodo lugar. Su idea inicial de salir de ese bosque, estaba olvidada, él de pronto se sintió parte del bosque, pero metía su energía pesada, su energía inmóvil. La ninfa azul debía irse con su amiga la ninfa del agua, requería humectar su piel, ya seca por el tiempo que llevaba en tierra. Lo mismo le sucedía a la ninfa verde, su clorofila se secaba, su piel ardía y el joven, no parecía tener intenciones de moverse.
Para este momento, el bosque había despertado, las ninfas verdes, azules y amarillas parloteaban por el bosque y se maravillaban de la hermosa armonía que armaban el joven con las dos ninfas. La ninfa azul volteó a mirar a sus amigas ninfas que miraban y pasaban de largo, como si aquello que miraban era lo más natural. Había una ninfa roja, ella bajaba a veces de las montañas, ella volaba, y podía transportarse a mayor velocidad. Miró con cuidado aquél trío y con fuerza rompió esa armonía. Ella miraba cómo sus ninfas se transformaban en su elemento. El joven de carnes suaves, las disfrutaba, las seducía, y ellas, secándose, se tornaban en piedra y en árbol. Ya no eran más las hermosas jóvenes frágiles, límpidas. Ya no eran las ninfas gráciles que día a día seguían su necesitado camino para llegar al agua. ¿Qué hacer? ¿Cómo romper aquél delicioso placer que las estaba perturbando? El elemento externo las estaba lastimando, pero ellas no parecía molestarles. Ellas daban su esencia con tal de recibir las bondades de el joven de carnes suaves.
La ninfa roja era justa, era consciente, ella también quería festín, pero también amaba a sus compañeras ninfas. Su justo pensamiento férreo como las montañas que eran dueñas de su espíritu, sus acciones altas como lo es subir una montaña, su personalidad musculosa, se decidió a atacar: "Joven de carnes suaves" se acercó a su oído con voz trémula, necesitamos agua, queremos que nos acompañes hasta el lago, donde todas nosotras podamos hidratarnos y darle a nuestra hermosa piel la felicidad que ella necesita. Vamos acompáñanos a las tres al lago." El joven de carnes suaves rojo de emoción se puso de pie. Sus pies temblaban, la pasión que las ninfas le habían dado no le permitían ponerse en pie. Lo intentó nuevamente, pero sus músculos suaves, no tenían la voluntad de llevarlo donde ellas, sus ninfas seductoras, pudieran sobrevivir. "Inténtalo nuevamente", le dijo la ninfa colorada "cárgalas hasta el agua, donde ellas puedan revivir". El joven lo intentó. Al no poderlo hacer, se dejó acariciar por la ninfa azul, cuya piel rasposa, le hizo brincar. "¡Quítate, mujer de piedra!, ¡me haces daño!" gimió el joven con voz déspota. Todo el bosque se volteó en su contra, sus ninfas amigas estaban muriendo por su causa, y él era incapaz de sacrificar algo por ellas, más aún, las criticaba por su misma esencia.
La ninfa del agua acudió en su ayuda, inhundó el bosque para permitir que sus amigas pudieran vivir. El joven sintió miedo, su único apoyo era ahora su enemigo. El no había mostrado humanidad al criticarlas por su misma esencia, el había sido un ente frío invasor, un ente amargo, egoísta. Él un ente distraído que el azahar lo había llevado hacia ese hermoso paraje, se miraba un ser disminuído, frágil, un ser cuya presencia deshacía lo existente. No era aquél que aportaba para beneficio de todos, era un ser dependiente, sin carácter ni voluntad, un ser a quien el miedo lo había hecho una sanguijuela que lo hacía terminar con aquello que tenía enfrente. Él un hombre fuerte, bien parecido, con hermosos dones, no era más que un ente destructor de la armonía.
Las ninfas humedecidad por la ninfa del agua, disfrutando de la inhundación del bosque, se incorporaron, descubrieron el miedo, conocieron el temor de morir por nada, y se aferraron a la vida. Abandonaron al joven a su suerte. Otras ninfas se acercaban, pero la ninfa colorada, guardaba el lugar, no permitía que nadie se acercara, ya conocían al joven de carnes suaves, que no hacía nada por sí mismo, que comía ninfas y en ellas se apoyaba. Sabían que el joven no se movería a buscar su propia vida, se quedaría esperando a que alguien viniera a rescatarlo....
Ninfas danzantes
Así, la ninfa azul, iba plácidamente por su camino habitual cuando se encuentra con su amiga la ninfa del roble. Esta ninfa era verde. Llevaba el color de la clorofila que albergaban sus venas. Diariamente, azul y verde, se acompañaban en busca de su origen: el agua.
Esa mañana, la ninfa azul se sentía extraña, alguien venía detrás de ellas. El joven distraído había perdido su ruta. Evadiendo su realidad, mirando de un lado al otro, extravió su camino. Iba solo, distraído, seguro en su camino, sabiendo que en algún lugar encontraría quien lo rescatara. El joven distraído era alto y huesudo. Sus carnes eran suaves como el agua, porque siempre había quien lo salvara. El joven de carnes suaves tenía una voz hermosa y centelleante, su voz llamaba a todo aquél que estuviera alrededor. Su amabilidad atraía a todo aquél que él necesitaba para apoyarse. El no tenía la voluntad de salir adelante por si mismo, por eso buscaba a alguien.
En su emoción el joven apuró el paso, al mirar que las ninfas azul y verde iban delante. Amablemente las llamó. La ninfa azul, no pudo evitar turbarse al escuchar su dulce voz. Se detuvo y giró hacia el lugar en que provenía ese hermoso sonido. Miró al joven distraído. Se parecía tanto a otro que alguna vez había pasado por su lado. El joven tomó de la cintura a la ninfa azul, separandola un poco de su amiga, la ninfa verde, la quería para él, no deseaba compartirla con nadie. El joven de carnes suaves, no tenía la voluntad de hacer nada por sí mismo, así, instruyó a la ninfa que lo sacara del bosque, que su destino estaba en otro lado.
Su amiga, la ninfa verde, sintió envidia, el joven de carnes suaves le agradaba, los siguió de cerca y así le arrebató al joven. Él, sin mirar a la ninfa azul, abrazó a la ninfa verde y se dejó guiar, donde ella decidió. Ella con la dulzura de una ninfa, con la juventud eterna de quien no envejece, abrazaba y adoraba al joven, quien plácidamente disfrutaba de los placeres que la ninfa de clorofila le profería. La ninfa azul, la de la energía de la piedra, seguía su camino. El joven de carnes suaves no le había gustado, le había molestado su órden de sacarlo de allí. Sin embargo, de refilón, de una mirada discreta observó a su amiga, la ninfa verde, disfrutando de gran placer con el joven huésped, sintió envidia y decidió regresar y acercarse a ellos. Ella también podría disfrutar de este festín, había suficiente para todos. Así, él con su hermosa voz la seducía y ellas con sus texturas ninfales, con sus cánticos naturales, dominaban al joven.
Él no podía quedarse allí. Rompía la naturaleza. Su presencia hermosa corrompía la armonía siempre celestial de este frío bosque. Era necesario continuar el camino, pero el joven de carnes suaves, las tenía a ambas y no parecía querer moverse de ese cómodo lugar. Su idea inicial de salir de ese bosque, estaba olvidada, él de pronto se sintió parte del bosque, pero metía su energía pesada, su energía inmóvil. La ninfa azul debía irse con su amiga la ninfa del agua, requería humectar su piel, ya seca por el tiempo que llevaba en tierra. Lo mismo le sucedía a la ninfa verde, su clorofila se secaba, su piel ardía y el joven, no parecía tener intenciones de moverse.
Para este momento, el bosque había despertado, las ninfas verdes, azules y amarillas parloteaban por el bosque y se maravillaban de la hermosa armonía que armaban el joven con las dos ninfas. La ninfa azul volteó a mirar a sus amigas ninfas que miraban y pasaban de largo, como si aquello que miraban era lo más natural. Había una ninfa roja, ella bajaba a veces de las montañas, ella volaba, y podía transportarse a mayor velocidad. Miró con cuidado aquél trío y con fuerza rompió esa armonía. Ella miraba cómo sus ninfas se transformaban en su elemento. El joven de carnes suaves, las disfrutaba, las seducía, y ellas, secándose, se tornaban en piedra y en árbol. Ya no eran más las hermosas jóvenes frágiles, límpidas. Ya no eran las ninfas gráciles que día a día seguían su necesitado camino para llegar al agua. ¿Qué hacer? ¿Cómo romper aquél delicioso placer que las estaba perturbando? El elemento externo las estaba lastimando, pero ellas no parecía molestarles. Ellas daban su esencia con tal de recibir las bondades de el joven de carnes suaves.
La ninfa roja era justa, era consciente, ella también quería festín, pero también amaba a sus compañeras ninfas. Su justo pensamiento férreo como las montañas que eran dueñas de su espíritu, sus acciones altas como lo es subir una montaña, su personalidad musculosa, se decidió a atacar: "Joven de carnes suaves" se acercó a su oído con voz trémula, necesitamos agua, queremos que nos acompañes hasta el lago, donde todas nosotras podamos hidratarnos y darle a nuestra hermosa piel la felicidad que ella necesita. Vamos acompáñanos a las tres al lago." El joven de carnes suaves rojo de emoción se puso de pie. Sus pies temblaban, la pasión que las ninfas le habían dado no le permitían ponerse en pie. Lo intentó nuevamente, pero sus músculos suaves, no tenían la voluntad de llevarlo donde ellas, sus ninfas seductoras, pudieran sobrevivir. "Inténtalo nuevamente", le dijo la ninfa colorada "cárgalas hasta el agua, donde ellas puedan revivir". El joven lo intentó. Al no poderlo hacer, se dejó acariciar por la ninfa azul, cuya piel rasposa, le hizo brincar. "¡Quítate, mujer de piedra!, ¡me haces daño!" gimió el joven con voz déspota. Todo el bosque se volteó en su contra, sus ninfas amigas estaban muriendo por su causa, y él era incapaz de sacrificar algo por ellas, más aún, las criticaba por su misma esencia.
La ninfa del agua acudió en su ayuda, inhundó el bosque para permitir que sus amigas pudieran vivir. El joven sintió miedo, su único apoyo era ahora su enemigo. El no había mostrado humanidad al criticarlas por su misma esencia, el había sido un ente frío invasor, un ente amargo, egoísta. Él un ente distraído que el azahar lo había llevado hacia ese hermoso paraje, se miraba un ser disminuído, frágil, un ser cuya presencia deshacía lo existente. No era aquél que aportaba para beneficio de todos, era un ser dependiente, sin carácter ni voluntad, un ser a quien el miedo lo había hecho una sanguijuela que lo hacía terminar con aquello que tenía enfrente. Él un hombre fuerte, bien parecido, con hermosos dones, no era más que un ente destructor de la armonía.
Ninfas danzantes
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