Cada vez que inicia una semana y me doy cuenta que no he hecho mi labor, me lleno de espanto. ¿Cuánto tiempo puedo pasar organizando y dándome cuenta que no aterrizo nada de lo que he iniciado? Tengo muchas razones. No quiero más levantarme de madrugada, estoy agotada. Terminar el Mago, en que durante 15 días seguidos trabajé de 4 a 11 de la madrugada, y luego reiniciar el día normal para terminar a las 9 de la noche, me ha dejado con cero energía, cero ganas de levantarme, de escribir nada.
Por otro lado he estado realizando otras cosas que habían quedado pendientes. Me he dedicado a sacar las fotos sin acomodar de aquél viaje a Istanbul. Ha sido lindo recordar y refrescar todos los símbolos que han creado a Zafiro Azul, todos aquellos detalles que me han hecho terminar aquella obra de arte que soy ahora.
Recordaba aquel hombre en la calle de Ishmin Shiklal. Él tocaba un instrumento extraño, como una guitarra con muchas cuerdas. Debe ser uno típico de ese lugar del mundo. El cantaba y yo lo filmaba. Me agradaba su voz, me la iba absorbiendo por cada parte del cuerpo, mediante lo escuchaba cantando. Él al percatarse de mi presencia y mi filmación, se puso a flirtear con los ojos, su entonación se hizo más dulce. Aquello iba hermoso, hasta que alguien vino a distraer mi atención, y se perdió el instante. El hombre terminó de cantar, yo ya no filmaba, sólamente me quedé a escuchar el final de su melodía para continuar mi camino.
Aquella primera comida en las alturas, cerca del puerto. Todas las vueltas que dimos varias veces, buscando un nombre que pocos conocían, o que sabían quedaba cerca, pero no precisamente. Dimos vueltas y preguntábamos. Vimos una hermosa edificación, de la embajada de Holanda, que en ese momento tenía una fiesta. Todas las luces encendidas mostrando detalles de los acabados de la piedra, unos acabados que detallan símbolos importantes para los musulmanes. Otros lugares llenos de música y buen ambiente, pero ninguno se llamaba como el que buscábamos. En un último intento, a punto de darnos por vencidos, encontramos quien nos orientó correctamente y llegamos a nuestro destino . Era un hermoso lugar en un segundo piso: una terraza, con vista al puerto, donde un par de barcos estaban aparcados para pernoctar en Istambul. No recuerdo la comida, seguramente algo turco, lleno de especias, delicioso. Lo mejor era la compañía. Gente amigable, divertida, con historias curiosas y una cultura vasta, llena de experiencia y vivencias acumuladas.
Recordar la visita a las mezquitas. La mezquita azul, Haghia Sophia, y todas las discrepancias amainadas por Atatürk. Ese gobernante que hizo el cambio en Turquía, ése que la tornó de una ciudad antigüa y llena de pretenciones provocadas por las creencias religiosas, a una ciudad europea. Una ciudad que conservando sus tradiciones islámicas, podía comulgar perfectamente con la cultura del continente donde se encuentra emplazada.
Aquí debo dejar mi relato. Se termina la pila de mi descompuesto electrónico, todavía debo revisar los errores, y cuando la pila dice "se acabó" no hay plazos que alargar, hay que hacer lo que el aparato ordena.
Por otro lado he estado realizando otras cosas que habían quedado pendientes. Me he dedicado a sacar las fotos sin acomodar de aquél viaje a Istanbul. Ha sido lindo recordar y refrescar todos los símbolos que han creado a Zafiro Azul, todos aquellos detalles que me han hecho terminar aquella obra de arte que soy ahora.
Recordaba aquel hombre en la calle de Ishmin Shiklal. Él tocaba un instrumento extraño, como una guitarra con muchas cuerdas. Debe ser uno típico de ese lugar del mundo. El cantaba y yo lo filmaba. Me agradaba su voz, me la iba absorbiendo por cada parte del cuerpo, mediante lo escuchaba cantando. Él al percatarse de mi presencia y mi filmación, se puso a flirtear con los ojos, su entonación se hizo más dulce. Aquello iba hermoso, hasta que alguien vino a distraer mi atención, y se perdió el instante. El hombre terminó de cantar, yo ya no filmaba, sólamente me quedé a escuchar el final de su melodía para continuar mi camino.
Aquella primera comida en las alturas, cerca del puerto. Todas las vueltas que dimos varias veces, buscando un nombre que pocos conocían, o que sabían quedaba cerca, pero no precisamente. Dimos vueltas y preguntábamos. Vimos una hermosa edificación, de la embajada de Holanda, que en ese momento tenía una fiesta. Todas las luces encendidas mostrando detalles de los acabados de la piedra, unos acabados que detallan símbolos importantes para los musulmanes. Otros lugares llenos de música y buen ambiente, pero ninguno se llamaba como el que buscábamos. En un último intento, a punto de darnos por vencidos, encontramos quien nos orientó correctamente y llegamos a nuestro destino . Era un hermoso lugar en un segundo piso: una terraza, con vista al puerto, donde un par de barcos estaban aparcados para pernoctar en Istambul. No recuerdo la comida, seguramente algo turco, lleno de especias, delicioso. Lo mejor era la compañía. Gente amigable, divertida, con historias curiosas y una cultura vasta, llena de experiencia y vivencias acumuladas.
Recordar la visita a las mezquitas. La mezquita azul, Haghia Sophia, y todas las discrepancias amainadas por Atatürk. Ese gobernante que hizo el cambio en Turquía, ése que la tornó de una ciudad antigüa y llena de pretenciones provocadas por las creencias religiosas, a una ciudad europea. Una ciudad que conservando sus tradiciones islámicas, podía comulgar perfectamente con la cultura del continente donde se encuentra emplazada.
Aquí debo dejar mi relato. Se termina la pila de mi descompuesto electrónico, todavía debo revisar los errores, y cuando la pila dice "se acabó" no hay plazos que alargar, hay que hacer lo que el aparato ordena.
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