Decía que me gustaría escribir una novela de Istanbul, algo que me lleve al misterio, a la duda del pensamiento islámico, a la cultura musulmana. Es una cultura que yo no comprendo. El pensar que se inmola uno al matarse por Alah. El matarse como hombre bomba en medio de una plaza, matando a otros cientos consigo, porque eso va a purificar al mundo. No lo comprendo, es como el nazismo, que pretendía aniquilar a los judíos por no ser puros. Otro punto es llevar a la mujer velada, ¿es para que no escandalice, o es porque no existe? Tal vez sólo sea una máquina de dar bebés para poder inmolar y por eso la llevan velada y minimizada. Es algo que tampoco comprendo. Vivir en un harem conviviendo con otra mujer que comparte la misma carne cada noche, tampoco. Me imagino la competencia entre las favoritas, quién tiene más trucos para ganarse el gusto del sultán. Cada noche inventar algo nuevo para que al día siguiente el la elija a una. El enojo de la rival por verse destronada y que sólamente le quede una noche para permanecer como favorita, o se irá a la fila de repuestos. El enojo de pasar a segundo término porque el sultán se ha cansado de mi. Tal vez no tenga que ver con su estado corporal, tal vez haya algún problema importante en el país y él quiera estar solo, la está rechazando a la mujer de turno, y eso seguramente la conflictúa. Son detalles que mi pensamiento occidental, no logran captar.
De esta forma, continuando con el tour por Istanbul llegamos a la mezquita azul. Se le llama así por tener en su interior mosaicos blancos pintados en azul, verde y detalles rosa. Son grabados, minúsculos que forman enredaderas que se van ensanchando hasta cubrir 5 cm, para volver a limitarse a una sencilla línea. Aparentemente no significan nada, pero dado el misterio de la cultura musulmana, asumo que esos grabados surgieron por su misma letra, los mismos gráficos que ellos escriben en su lenguaje escrito, los han impreso en las paredes de esta bella mezquita. Es algo hermoso, seguir con la vista la inmensidad y la grandeza de este trabajo. Éste se repite a lo largo de toda la mezquita, en paredes y techos. Son espacios ipresionantes. Entre cada pared, hay alguna columna de pata de elefante, con una circunferencia de 10 m. cuando menos. Es un espacio tan grande que es difícil calcular su medida, si el salón de fiestas de Dolmabahçe mide 200 metros cuadrados, ésto siendo mezquita y con ese tamaño de columnas, puede bien medir 400 metros. El techo es de doble cúpula.
Desde el atrio uno admira una hermosa cúpula redonda muy grande, que desde dentro pasa uno varios segundos siguiendo la línea hasta llegar al centro de ella. Como decía, el atrio es también enorme. Este es más fácil de medir porque es abierto, tiene en el centro un pequeño kiosko de unos 20 metros de circunferencia, donde están los lavaderos de pies, pueden bien albergar 10 hombres que deben purificarse antes de entrar descalzos en la mezquita. A los turistas nos permiten entrar descalzos con unas bolsitas en los pies. Llevar los zapatos en la mano porque no hay un espacio para colocarlos. Yo imaginaría que al estar los pies descalzos, este lugar olería muy mal, pero no es así, huele a incienso o a algún aroma arabe con sentido musulmán.
Ya que se ha uno acostumbrado a las enormes dimensiones de este lugar, se fija en los detallles, al lado izquierdo hay una especie de altar con columnas. Realmente mi curiosidad no fue tanta como para ir el viernes a observar una misa musulmana, no hubiera podido, siendo mujer hubiera debido quedarme tras las celosías. Las alfombras llevan unas líneas que en cierta distancia se rompen por un tulipán, donde se coloca el hombre que va a hacer su ritual. El tulipán es una flor sagrada, aparentemente por su pronunciación. Es una lilácea y al pronunciarlo en árabe suena a lelah, algo así como Alah. Entonces, la alfombra rojo claro dibujada con líneas que alternan tulipanes en todo lo largo, puede albergar a miles de hombres allí dentro, con un espacio grande y suficiente para poder agacharse, hincarse y tomar la posición de alabanza. Las celosías, donde las mujeres deben colocarse, son estrechas, me las imagino hacinadas, como en una trinchera, haciendo los mismos movimientos pero pegadas unas con otras para poder caber en ese lugar pequeño.
Las torres no se aprecian desde dentro, sólamente en el atrio se miran las 6 torres, como palos largos, larguísimos que se van adelgazando, terminando con un tope de acero que acaba en una sencilla aguja, una aguja que se introduce en el cielo, como una inyección que quisiera absorber aquello en lo que se desintegra y traer el cielo hasta la mezquita, inyectarle al cielo, y absorber de él la pureza que la mezquita requiere para alabar a Alah. Desde la distancia parecen hilos de agua que se desdibujan en el cielo. Es como una fuente redonda con sus chorros que suben y bajan y vuelven a subir, para tomar impulso y volver a subir. Es una imagen hermosa en la distancia, una fuente de cemento, rodeada de arboles y fuentes de agua, que se pierde en un hermoso
cielo azul cobalto, brillante, limpio. El cielo de Turquía es hermoso, azul claro.
De esta forma, continuando con el tour por Istanbul llegamos a la mezquita azul. Se le llama así por tener en su interior mosaicos blancos pintados en azul, verde y detalles rosa. Son grabados, minúsculos que forman enredaderas que se van ensanchando hasta cubrir 5 cm, para volver a limitarse a una sencilla línea. Aparentemente no significan nada, pero dado el misterio de la cultura musulmana, asumo que esos grabados surgieron por su misma letra, los mismos gráficos que ellos escriben en su lenguaje escrito, los han impreso en las paredes de esta bella mezquita. Es algo hermoso, seguir con la vista la inmensidad y la grandeza de este trabajo. Éste se repite a lo largo de toda la mezquita, en paredes y techos. Son espacios ipresionantes. Entre cada pared, hay alguna columna de pata de elefante, con una circunferencia de 10 m. cuando menos. Es un espacio tan grande que es difícil calcular su medida, si el salón de fiestas de Dolmabahçe mide 200 metros cuadrados, ésto siendo mezquita y con ese tamaño de columnas, puede bien medir 400 metros. El techo es de doble cúpula.
Desde el atrio uno admira una hermosa cúpula redonda muy grande, que desde dentro pasa uno varios segundos siguiendo la línea hasta llegar al centro de ella. Como decía, el atrio es también enorme. Este es más fácil de medir porque es abierto, tiene en el centro un pequeño kiosko de unos 20 metros de circunferencia, donde están los lavaderos de pies, pueden bien albergar 10 hombres que deben purificarse antes de entrar descalzos en la mezquita. A los turistas nos permiten entrar descalzos con unas bolsitas en los pies. Llevar los zapatos en la mano porque no hay un espacio para colocarlos. Yo imaginaría que al estar los pies descalzos, este lugar olería muy mal, pero no es así, huele a incienso o a algún aroma arabe con sentido musulmán.
Ya que se ha uno acostumbrado a las enormes dimensiones de este lugar, se fija en los detallles, al lado izquierdo hay una especie de altar con columnas. Realmente mi curiosidad no fue tanta como para ir el viernes a observar una misa musulmana, no hubiera podido, siendo mujer hubiera debido quedarme tras las celosías. Las alfombras llevan unas líneas que en cierta distancia se rompen por un tulipán, donde se coloca el hombre que va a hacer su ritual. El tulipán es una flor sagrada, aparentemente por su pronunciación. Es una lilácea y al pronunciarlo en árabe suena a lelah, algo así como Alah. Entonces, la alfombra rojo claro dibujada con líneas que alternan tulipanes en todo lo largo, puede albergar a miles de hombres allí dentro, con un espacio grande y suficiente para poder agacharse, hincarse y tomar la posición de alabanza. Las celosías, donde las mujeres deben colocarse, son estrechas, me las imagino hacinadas, como en una trinchera, haciendo los mismos movimientos pero pegadas unas con otras para poder caber en ese lugar pequeño.
Las torres no se aprecian desde dentro, sólamente en el atrio se miran las 6 torres, como palos largos, larguísimos que se van adelgazando, terminando con un tope de acero que acaba en una sencilla aguja, una aguja que se introduce en el cielo, como una inyección que quisiera absorber aquello en lo que se desintegra y traer el cielo hasta la mezquita, inyectarle al cielo, y absorber de él la pureza que la mezquita requiere para alabar a Alah. Desde la distancia parecen hilos de agua que se desdibujan en el cielo. Es como una fuente redonda con sus chorros que suben y bajan y vuelven a subir, para tomar impulso y volver a subir. Es una imagen hermosa en la distancia, una fuente de cemento, rodeada de arboles y fuentes de agua, que se pierde en un hermoso
cielo azul cobalto, brillante, limpio. El cielo de Turquía es hermoso, azul claro.
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