Amanecía lluvioso, el Bósforo tenía una triste cara grisácea llena de lunares de lluvia que lo cubrían en toda su inmensidad. El día era frío, ya se había ido el verano, dejando el clima frío, húmedo del otoño. Aunque aquí el clima es muy regular todo el año, cuando llueve, baja la temperatura. No me gusta cuando llueve y menos de viaje, se mojan los zapatos, y va uno para acá y allá pescando una linda gripe.
Cuando Meltem, nuestra guía nos pasó a buscar, no llovía, había cesado un rato, mi campera de lluvia llevaba un gorro, que me ayudaría a resolver en parte la humedad. De manera que con este clima nos dirigimos a Eyüp. Aquí entre nos, me parece que era el favorito de la guía, porque cada día nos mencionó algo sobre este lugar, ya fueran los mármoles, o el lavador de pies, o algún detalle que veríamos más adelante, al llegar acá.
Nos encontramos con un pequeño barrio muy limpio, calles estrechas, empedradas, un poco escarpadas por estar montadas en una montaña. Con cuidado, descendimos del transporte y caminando observamos una hermosa plaza hecha con piso de mármol. Aunque llovía y estaba nublado, se podía observar con detalle la armonía del lugar. Algunos establecimientos pequeños que vendían souvenirs, o algo más para la gente que habita cerca. Me llamó la atención la fuente a la altura del piso. El chorro cae haciendo cúpulas de agua en el vacío, para volver a surgir nuevamente de ese lugar al que cayó. Parece una pequeña copa de árbol en el suelo, toda hecha de agua. Está rodeado por árboles verdaderos. Cuenta la tradición que el profeta tuvo un sueño: una rama seca de la que surgían hojas frescas. Al encontrar la señal de su sueño en este lugar, decidió que aquí edificarían la mezquita suplente de la Meca. Cuando los fieles no pueden ir hasta allá, pueden venir aquí a cumplir la obligación que todo musulman tiene, de ir por lo menos una vez en la vida.
A diferencia de otras mezquitas, aquí se respira silencio, paz. Aquí se siguen las reglas del islam con mucho más rigor que en cualquier otro lado.
En la entrada de una gran verja llena de árboles, está el cementerio. Enormes figuras, de estelas posan sobre cada cripta; un placer a los ojos mirar esculturas y mausoleos que se pierden hacia la izquierda. Siguiendo el camino a la derecha, está la rama con las hojas de la señal del profeta y más adelante tras caminar por un camino cubierto de árboles y un poco escondido, se llega a la enorme explanada con el lavatorio de pies. Aquí vi algunos más que en otras mezquitas lavando sus pies, y a otros más haciendo oración. Nos pidieron que cubrieramos la cabeza con un pañuelo, nos descalzamos y guardamos los zapatos en unos plásticos. Entramos en la enorme mezquita, que al igual que las otras tenía medidas enormes. Aquí no se podía hablar nada, ni en voz baja. Me ha gustado tanto este ambiente, es la única mezquita que me llamó a orar. Por supuesto que lo hice estilo occidental, en silencio, de pie, cerrando los ojos y contemplando aquella inmensidad de volúmenes y espacios.
Me ha dejado una agradable sensación al salir de aquí. A lo lejos, vimos unos hombres y mujeres, vestidos en lino blanco, que según la guía, se dirigían a La Meca.
Eyüp se sitúa en la zona del cuerno de oro. Aquí se fundó el Imperio Bizantino y Constantinopla. En el cuerno de oro las embarcaciones se encontraban más seguras de ataques sorpresivos. Es un paso natural entre el Bósforo y el mar de Mármara, y tal vez por su ubicación, o por la forma de cuerno es que le denominaron así.
Rodeamos la mequita, entramos en un camino de ripio y subiendo un poco, llegamos a un teleférico que nos ayudó a cruzar la barranca hacia el otro lado. Aquí llovía copiosamente, y me he encontrado a la venta un hermoso paragüas rosado transparente. Lo abrí y cerré, y me gustó el estilo, resistente y frágil, dado el precio que pagué por él. Por lo menos, me ayudaría a pasar el día, pensé. Para mi sorpresa, el paragüas me ha durado muchos años. Subiendo por una escalinata, llegamos a la antigüa casa de Pierre Loti. Hoy es un museo, y un lugar donde venden las obras de este autor que durante años viviera en esta pequeña casa, esperando a que cada día llegara Aziyadé, una esclava de un harem, que lo conquistó.
Tomamos te de manzana, típico de Istanbul, o tal vez de
Turquía, y unas masas duras, o pan o algo así. Nada delicioso que haga a mi mente recordar.
Cuando Meltem, nuestra guía nos pasó a buscar, no llovía, había cesado un rato, mi campera de lluvia llevaba un gorro, que me ayudaría a resolver en parte la humedad. De manera que con este clima nos dirigimos a Eyüp. Aquí entre nos, me parece que era el favorito de la guía, porque cada día nos mencionó algo sobre este lugar, ya fueran los mármoles, o el lavador de pies, o algún detalle que veríamos más adelante, al llegar acá.
Nos encontramos con un pequeño barrio muy limpio, calles estrechas, empedradas, un poco escarpadas por estar montadas en una montaña. Con cuidado, descendimos del transporte y caminando observamos una hermosa plaza hecha con piso de mármol. Aunque llovía y estaba nublado, se podía observar con detalle la armonía del lugar. Algunos establecimientos pequeños que vendían souvenirs, o algo más para la gente que habita cerca. Me llamó la atención la fuente a la altura del piso. El chorro cae haciendo cúpulas de agua en el vacío, para volver a surgir nuevamente de ese lugar al que cayó. Parece una pequeña copa de árbol en el suelo, toda hecha de agua. Está rodeado por árboles verdaderos. Cuenta la tradición que el profeta tuvo un sueño: una rama seca de la que surgían hojas frescas. Al encontrar la señal de su sueño en este lugar, decidió que aquí edificarían la mezquita suplente de la Meca. Cuando los fieles no pueden ir hasta allá, pueden venir aquí a cumplir la obligación que todo musulman tiene, de ir por lo menos una vez en la vida.
A diferencia de otras mezquitas, aquí se respira silencio, paz. Aquí se siguen las reglas del islam con mucho más rigor que en cualquier otro lado.
En la entrada de una gran verja llena de árboles, está el cementerio. Enormes figuras, de estelas posan sobre cada cripta; un placer a los ojos mirar esculturas y mausoleos que se pierden hacia la izquierda. Siguiendo el camino a la derecha, está la rama con las hojas de la señal del profeta y más adelante tras caminar por un camino cubierto de árboles y un poco escondido, se llega a la enorme explanada con el lavatorio de pies. Aquí vi algunos más que en otras mezquitas lavando sus pies, y a otros más haciendo oración. Nos pidieron que cubrieramos la cabeza con un pañuelo, nos descalzamos y guardamos los zapatos en unos plásticos. Entramos en la enorme mezquita, que al igual que las otras tenía medidas enormes. Aquí no se podía hablar nada, ni en voz baja. Me ha gustado tanto este ambiente, es la única mezquita que me llamó a orar. Por supuesto que lo hice estilo occidental, en silencio, de pie, cerrando los ojos y contemplando aquella inmensidad de volúmenes y espacios.
Me ha dejado una agradable sensación al salir de aquí. A lo lejos, vimos unos hombres y mujeres, vestidos en lino blanco, que según la guía, se dirigían a La Meca.
Eyüp se sitúa en la zona del cuerno de oro. Aquí se fundó el Imperio Bizantino y Constantinopla. En el cuerno de oro las embarcaciones se encontraban más seguras de ataques sorpresivos. Es un paso natural entre el Bósforo y el mar de Mármara, y tal vez por su ubicación, o por la forma de cuerno es que le denominaron así.
Rodeamos la mequita, entramos en un camino de ripio y subiendo un poco, llegamos a un teleférico que nos ayudó a cruzar la barranca hacia el otro lado. Aquí llovía copiosamente, y me he encontrado a la venta un hermoso paragüas rosado transparente. Lo abrí y cerré, y me gustó el estilo, resistente y frágil, dado el precio que pagué por él. Por lo menos, me ayudaría a pasar el día, pensé. Para mi sorpresa, el paragüas me ha durado muchos años. Subiendo por una escalinata, llegamos a la antigüa casa de Pierre Loti. Hoy es un museo, y un lugar donde venden las obras de este autor que durante años viviera en esta pequeña casa, esperando a que cada día llegara Aziyadé, una esclava de un harem, que lo conquistó.
Tomamos te de manzana, típico de Istanbul, o tal vez de
Turquía, y unas masas duras, o pan o algo así. Nada delicioso que haga a mi mente recordar.
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