viernes, 1 de febrero de 2013

Revancha

Yo te llamé igual que en la otra ocasión, sentí que debía llamarte, y nuevamente, igual que siempre, salió la contestadora. Por qué siempre ella. Con gran duda dejé un mensaje, no era mi clásico mensaje divertido, era dudoso. Yo tenía que llamarte algo me obligaba a hacerlo, vi tantas señales sobre ti que pese a la premura de la cita, fui a mi casa y te llamé. ¿Por qué esta duda? Ya casi en mi cita, me percaté que había olvidado mi teléfono en la conexión de luz, y comprendí que era mi teléfono lo que yo debía buscar, no a ti. Así todo el día sin teléfono permanecí, pero con una gran preocupación.

La gran preocupación que me viene persiguiendo desde hace días. Trato de ponerle un nombre y un apellido, una situación pero siempre llego a lo mismo: tu.  ¿Qué tiene tu historia que me ocupa tanto? ¿Qué hay de ti que no me quieres decir? Entonces empiezo a recordar, a tratar de armar aquello que me de sentido.

“Yo vivía gran tristeza, y un buen día llegaste a mi vida, yo me apegué, yo te amé y sintiendo todo tu amor y tu cariño fuimos viviendo juntos.

De pronto despareciste, sin una razón, me olvidaste entre los trebejos de tus recuerdos. ¿Por qué? Porque te parecía demasiado agresiva. ¿Cómo no ser agresiva si tu distancia me tenía apartada? ¿Por qué te acercaste a mi un buen día? ¿Por qué te alejaste de mi otro de esos? De pronto lo peor de mi salía desde adentro, tenía ganas de matarte, quería verte sufrir por toda la burla que de mi habías hecho. Debía buscar una venganza.

Yo miraba entre tus cartas, aquellas que tantas recibí y que leía con cuidado, y de pronto algo me saltó. Había una carta pegada a otra, pegada a un papel en que escribías cualquier mensaje. No comprendo como no la había descubierto, estaría tan emocionada de leer tus frases que no me detuve a mirar el doble papel que allí había.  Describías algo que yo no portaba, hablabas de algo que yo no conocía. Seguí leyendo y así descubrí la verdad. Había un harem en tu vida. Tu tenías una esposa pero viviendo en Occidente no podías vivir con más de una, por lo que me conociste a mi y te enganchaste. Mi soledad y mi necesidad de amor te atrajeron tanto, yo vivía feliz contigo, ¿cómo no vivir feliz si tienes un hombre que te ama y te hace sentir como gran mujer? ¿Cómo ignorarlo si vivía feliz contigo? Yo no podía ver, sino mi felicidad, no había nada que me mostrara algo que no fuera yo. Sin embargo un día las visitas cedieron. Nunca mas te apareciste, me dejaste esperándote como si fuera un árbol.

Yo sabía que amabas a alguien, ese amor lo sentía tan fuerte, yo asumía que era a mi. Yo lo recibía tan fuerte, pero había una tercera. Te enamoraste de ella porque te ignoraba, no te daba todo lo que querías, te hacía malas pasadas y tu te fuiste enganchando. Pasaban los años, y cuando necesitabas mucho amor y mucha ternura conmigo regresabas, yo era feliz, vivía enamorada de ti, esperando que regresaras y nunca regresaste realmente. Ibas enamorado de una tercera que nunca vi. Yo la vi, pero no la quise ver. Yo pensaba que eras un corazón honesto y que estabas molesto. Sin embargo un buen día decidiste dejar a ese amor también, y es cuando comprendí que el teatro se caía.”

Al cabo de un rato, regresaba a mi casa. Rapidamente busco mi teléfono ya que en toda la mañana lo había extrañado. No había podido hacer llamadas ni recibir mensajes, el remordimiento de saberme desobligada me llevaba a buscarlo. No me había perdido de nada, ningún mensaje importante ni alguna respuesta a esa duda tan grande que me había albergado.

Vuelvo a llamar, “tal vez ahora ya tenga suerte” pienso para mi. No respondiste, como siempre, sin embargo algo si era diferente, habías cambiado el mensaje, “escríbeme a mi correo”, era tu frase.

Entonces comprendí mi precognición de la mañana: Yo sentí tu despedida y te la respondí, aunque tu nunca pensaste en mi. Siempre he sido yo la que llama, la que busca, la que se mueve, para recibir de ti el favor o no favor de atención. Hace días pensaba en ti, lloraba porque sabía que no vendrías y hoy lo confirmo. Nunca mi amor te interesó, nunca hubo algo de tu parte, solo fue un momento de locura que ya superaste. Un momento de agonía que terminó en simple hasta luego, no, ni un hasta luego, terminó como empezó, en un silencio, la diferencia estuvo en que empezó con una mirada, y terminó con una espalda. 

Mi honor estaba en juego, yo no podía quedarme como siempre tranquila, esperando que las aguas se calmaran. Ardió en mi el deseo de la venganza, como siempre después del amor, viene el odio, después del desprecio viene la rabia. Empecé a urdir un plan. Conozco tus caminos y tus movimientos, pese a la distancia, me fui a vivir a tu barrio. Varios días te seguí al trabajo, quería comerte, tu pose y tu caminar, tu actividad y tu forma de ser me encantan. Sin embargo la rabia me acometía, no te perdonaría, saberme compartida con tres o dos o cinco era demasiado. Saberme burlada por ti y tu incongruencia masculina alimentaba mi rabia.

Esperé todo el día, afuera de tu oficina, cómodamente había un café que me permitía ver y mirar sin ser mirada. Varios días te seguí a la antigua, varios días y varias noches. Mis disfraces eran especiales, inclusive te choqué alguna vez, tu no te percataste que era yo.

Esa noche, saliste más tarde que siempre de la oficina. Me presenté como yo misma. Tu cara no dejó de impresionarse. –“Hola querida” me dijiste en un frío y conmocionado saludo. Hacía frío y yo llevaba una capa que me cubría. Debajo de ella escondía tu final. Una pequeña daga envenenada. Yo me acerqué a ti, te besé con toda mi pasión y en cada abrazo una puñalada yo te daba. Cada beso, cada abrazo apasionado que recibía solo me estimulaba el volverte a lastimar.

Allí te dejé, tirado a media calle, hombre-harem, hombre pernicioso y lastimero. Nadie me vio. Entré en una cafetería cercana y con nervios esperaba ver tu final, observar si alguien había visto mis tremendos actos, si alguien de mi desconfiaba. Por curiosidad en el baño dejé mi capa, no fuera a ser que alguien me hubiera visto. La daga, clavada en tu pecho la dejé, era el recuerdo más merecido del amor que de ti recibí. Mis guantes en mi bolso guardé.

Yo miraba ir y venir gente, y así como testigo miraba tu triste final. Alguien a mi me cuestionó: -“¿Vio algo?” Con nerviosismo transformado en tristeza mirando la turba que cubría tu cuerpo mirando fijamente a los ojos del policía le respondí –“no oficial, no vi nada”.

Hoy vivo sin Corazón… Murio contigo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario