Bernardo molesto al escuchar la decisión de ella se queda pensativo.
-¿Estás segura que es lo mejor?
- És que temo mucho una relación desagradable, dormir con el enemigo no es lo más sano, me da miedo no hacer lo que me dice.
- Si es por miedo, podemos manejar que hay violencia
- Yo lo se pero ¿qué podemos hacer? Bernardo fue a su computadora y empezó a pedir una patrulla en el oficio.
- ¿Me lo dejas a mi?
- Que piensas hacer.
-Yo he visto cómo has venido mes con mes, cómo tiene esta querella tanto tiempo, porque tu no estás segura de tu decisión. Ya que te animaste a que se moviera, ahora hagamos que sufra.
- ¿Como? - pregunta Carlota abriendo los ojos con impresión.
- Quita la denuncia en un par de meses, cuando tu hayas logrado todos tus objetivos y cuando ya veas que él está cediendo.
- ¿Estás seguro? Yo vivo con él, y me va a hacer vivir un infierno.
Te ponemos una patrulla
- Y qué hago si su maltrato ahora es emocional.... Bueno, en esta semana ni siquiera ha alzado la voz, tal vez si haya cambiado.
- Tiene miedo, pero espera otra semana, ya verás cómo regresa a sus patrones. Aprovecha que ahora tu tienes el control de la situación. Él tiene miedo él tiene mucha incertidumbre porque fue un golpe bajo, Si ahora le quitas la denuncia, no va a sufrir, él tiene que sufrir lo mismo que tú.
- Entonces ¿Qué hago?
- No te presentes mañana, yo le digo que, porque todavía hay convivencia, lo que procede es comprobar que él efectivamente está cumpliendo con lo ofrecido.
- Pero él no quiere ir con una "pistola en la cabeza" - explica CArlota preocupada.
- El se lo ganó.
- Y yo ¿Qué gano? ¿Voy a aguantar tantos meses de su mala onda? Tal vez no haya maltrato físico, o tal vez ni siquiera me dirija la palabra y tampoco haya uno emocional, pero ¿aguantaré?
Bernardo duda.
-Por favor, eres muy linda, hagamoslo sufrir
- tú no vas a estar en mi casa para cuidarme
Bernardo duda nuevamente
- Es cierto, pero si la quitas tan rápidamente, vas a perder tiempo emocional. Yo te lo digo como amigo, ya no como abogado. Yo quiero que estés fuerte y si tú lo haces sufrir y le das largas, tú vas a recuperar el tiempo dedicado a esta querella porque vas a estar fuerte y controlando la situación. Si te desistes tan rápido, él queda limpio de cargos, y tu con el peso de sentir que lo has traicionado. Mira cómo te sientes ahora, haz que lo comparta contigo. Que de verdad se sienta traicionado para que te valore.
Carlota tragó saliva, su cara de sufrimiento y desesperación la hacían notarse presionada.
- ¿Cuánto tiempo tendremos que extender esto?
- Te veo dudosa, tienes mucho miedo... tú dime, ¿1 mes?
- ya sé el tiempo que dure la terapia. - respondió Carlota decidida.
Los dos soltaron a reír,
- Mínimo 6 meses... ¿Voy a hacerme loca todo este tiempo?
- Tal vez lo aguantes, tal vez te acostumbres, y luego ya ni te mueva quitarla. hazlo sufrir. Bernardo la initaba con la actuación en la cara, ... pero Carlota dudaba
- Tu no sabes cómo tengo que pagar su sufrimiento. Yo tengo que vivir sus reproches, sus castigos en su mirada, sus castigos por medio de los hijos, y es mi persona la que sufre. Me voy a poner fea y amargada, me van a salir arrugas y mi cara rozagante y feliz, ya no va a existir, porque él no sabe vivir en paz.
Bernardo meditó un momento.
- Divorciate. Ese hombre no te hace feliz. Si no puedes confiar en su apoyo, su buena voluntad, su confianza, yo que sé, todo lo que un marido te tiene que dar, ¿que haces junto a él?
- O sea, es retrasar desistirme o divorciarme.
- Así es, hazle presión. No soporto tu cara de duda y dolor. Veo en tu mirada la bondad que existe en ti, y la benevolencia que tienes para todos, ¿Por qué no haces algo más por ti?
- Va, me voy a arriesgar. Lo voy a hacer sufrir y me encantaría que tuviera otro problema judicial para que vieran que es un maldito agresivo.
- Mañana no te presentes, yo le doy la orden de que en 1 mes traiga un certificado de que esta cumpliendo con la terapia como corresponde. Con una carta del terapeuta que explique que está llevando la terapia correctamente, y está dando muestras de avance. Los voy a hacer dar vueltas, para que la pasen mal.
- Lo malo es que aquí es el abogado el que se presenta, él no tiene que pasar el tema de hacer la cola, y yo veo como todos los abogados entran y salen de las oficinas con gran libertad.
- Tienes razón, voy a solicitar en el oficio que se tiene que presentar él cada vez, y su abogado no pueda tener la influencia en mi de que yo lo deje antes que todos. No voy a cumplir las horas de las citas.
Carlota reía feliz. Parecía que las cosas saldrían perfectamente y que ella estaba bien representada.
La reacción de Eduardo no se dejó esperar.
- Tu me dijiste que te desistirías-
-Lo dije, pero no cuándo. Tu tienes que cumplir cabalmente como corresponde a un culpable. Para ti es bien cómodo ir por la vida convenciendo gente de buena voluntad, mientras tú maltratas y violentas la infancia de tus propios hijos. Eres un miserable.
Eduardo enojado iba día con día a su terapia enojado, maltratando a Carlota y gritando a los niños. Todo era un caos. Sin embargo ella le decía
-no tienes palabra verdad? No te está sirviendo el curso porque tu sigues enojado y molestando. Mirate. Eres un descontrolado. Escucha lo que me acabas de decir. Mira cómo les estás gritando a los niños. Crece.
Eduardo hacía un berrinche. Ella tenía razón.
-Ya me voy a portar bien, ya me voy a controlar, por favor quita ya la denuncia.
- No, tu todavía eres violento, no veo resultados.
Eduardo aplicaba su técnica de control, querría soltarse a llorar, ¿quién lo apoyaba a él?. Ella tenía familia, tenía papás. El sólo era un hombre huérfano, que debía mostrar la mejor cara a sus hermanos menores. ¿Cómo desahogarse con alguien? ¿A quien poder confiar su gran error y misterio? Era un terrible infierno, saber que ella estaba apoyada y él solo con su infierno provocado.
Carlota lo vio sufriendo, ya no era el hombre fuerte, lo estaba destrozando. Ya no era el hombre poderoso, no tenía el apoyo de nadie. No tenía escape. No se sulfuraba, pero tampoco se movía. Cayó en cama. Un pre-infarto lo tenía contenido en su tristeza. Ella ahora lo estaba destrozando a él. ¿Valía la pena? Los niños todavía no sabían nada, pero si el secreto se guardaba más tiempo, sería como el depósito de agua que se colma y va soltando gotitas y chorritos de agua. Ella sería ahora la culpable de la muerte física del hombre, los niños se enterarían de la denuncia y la culparían de su muerte. Esa carga no estaba considerada, esa historia no venía en el proyecto de Bernardo, y ella viendo que su marido había quedado destrozado, fue a quitar la denuncia. Había quedado de él sólo un rastro de persona. Estaba deprimido, y sus pellejos colgaban tristemente de su viejo cuerpo. La sociedad, su esposa, todos le habían culpado su error. Había estado encarcelado en su propio infierno. Había aprendido la lección. Quien maltrata a un niño o a una mujer, es acusado por la sociedad, es dedeado como injusto y maldecido por todos.
El día había llegado. Carlota, con su abogado, Dios, y su marido y el abogado Mario Torreblanca, fueron al careo ante la justicia. Ella iba molesta, pero tranquila, el problema ya estaba en otros hombros, pero algo le molestaba, había un escozor que no comprendía.
Carlota anotó su nombre, una larga lista estaba antes que ella, conociendo el procedimiento, tendría que esperar todavía un rato. Ella procedió a sentarse y a observar. Ella esperaba un abogado viejo, con canas, uno con cara de malo. Se asomaba y no aparecía. Entre la gente que había entrado, un hombre joven se acercó al agente Bernardo que le correspondía a ella ver. Con enojo, ella y todas las de la fila, vieron cómo ese joven entraba y era atendido. ¡Qué infamia, siempre está el prepotente que sin pedir permiso, se mete a la fila! observo que mediante charlaba con el joven el agente la miraba constantemente.
Ella estaba nerviosa, no sabía de qué se trataba y por qué la miraba tanto, parecía como apremiado por el tiempo y el trabajo, como si fuera el momento de hablar con ella, y ese hombre y la fila delante, se lo impidieran. De pronto, salió el licenciado Bernardo de la oficina, miró la larga lista y explicó que estaban sólo dos personas atendiendo, que las demás abogadas no habían llegado a esa oficina, que por favor tuvieran paciencia
- Señores, yo tengo citas que atender y que había acordado previamente, esta gente tiene prioridad así como ustedes la tendrán cuando acordemos la cita con ustedes- y mirando a Carlota le pidió que pasara a su oficina. Ella extrañada se limitó a decir, "pero, ¿el abogado?... ¿Es el señor?". A Carlota se le cayó la cara de la impresión, su marido, sólo había contratado a un jovencito para que lo representara. De manera que ese muchacho tan hábil, era quien había estando metiendo miedo e inventando procedimientos legales falsos, era ése el que le había inventado el juicio y los testigos. ¡Gran decepción! Carlota imaginaba estaría frente a un potentado hombre mayor, no un jovencito de escasos 45 años, con cara de buena gente. El jovencito imberbe se presentó
- Soy Mario Torreblanca, y estoy representando a su marido en este caso. - Carlota asintió evaluando su cara. Había otro abogado más joven aún que a ella le recordó al marido de una conocida. Eso la distrajo, recordar el nombre de esa persona y la relación que tendría con ese segundo joven abogado, la evadieron de la triste realidad.
El abogado, Bernardo, la sacó de sus pensamientos
- "El abogado Torreblanca me he explicado que el Señor Eduardo Conejero ha asistido a las terapias y ha cumplido cabalmente como correspondía la demanda - Carlota asintió informada. El abogado Torreblanca, inquirió rápidamente,
- Pero me parece que usted está dispuesta a desistir, ¿no es así?- La estrategia perfecta, hacer una charla amena, simple, sin tensiones donde la charla fuera la estrella. El abogado llamó al marido Eduardo Conejero, ya se había resuelto todo, podría salir de su escondite, de su guarida de conejo, donde yacía escondido y temeroso. Lo vieron entrar alicaído, ojeroso, la felicidad que pudiera provocarle quitar esa demanda, no era suficiente para animarlo. Su mirada era tranquila, evaluadora, a juzgar por su apariencia, era un hombre tranquilo, amable, importante, con aquella imagen del hombre incapaz de agredir a nadie, Bernardo lo miró complacido, tenía la cara del sufrimiento, lo mismo que Carlota, quien finalmente se desisitiría. ¿Por qué ahora ella se desistía? Claro, había conseguido que él afrontara los problemas. Bernardo, el agente, seguía en su tren de trabajo,
- Voy a proceder a escribir el desistimiento y todo queda arreglado- su mirada era confusa, pero seria, "¿en verdad era lo correcto? ¿Cuánto tiempo o qué herramienta le quedaba a él para presionar? "Tras escribir un largo texto legal, y escuchar la insulsa charla que entre los implicados y el abogado, procedió a decir : "He recibido los certificados de la terapia del Señor Conejero, no veo ningún problema a cerrar esta demanda, pero sobre todo que sus hijos estén protegidos." Eduardo interesado en que su expediente quedara limpio, insistía
- ¿Ya no quedará rastro de esto?
- No, esto se va a casos resueltos y se termina el proceso - respondió el agente Bernardo con sequedad.
Carlota se sentía tranquila, había depositado el dolor en quien correspondía, ya no tendría ella que cargar con el secreto de buscar formas de eludir la responsabilidad, ya no era cómplice de la agresión, y algo había castigado. Éduardo estaba tranquilo, no había prueba demostrada de su error, su expediente quedaba limpio, sin mancha, intachable.
La ley de Dios, el abogado de Carlota, es el perdón, el vivir con la conciencia tranquila, el que cada uno de sus hijos vivan contentos, sin preocupaciones, duerman con el alma en paz, feliz. El objetivo de Dios es muy claro: vivir sin rencillas. Sin embargo ella necesitaba estar protegida. La forma en que ella se haría más fuerte y aprendería a no dejarse manipular, era viviendo con el enemigo y controlando la ira de él. Ella, vivió con una demanda en sus hombros, además sola, sin familia que la apoyara, ella sola sabiendo que su familia la había entregado a ese hombre, ya no tenía más alternativa que decidir lo que a ella más le convenía. Ella estaba sin familia, sin nadie que la acompañara. La única decisión era la mejor que ella tomara. Aquí no había consejos externos, tardíos, nadie vivía con ese marido, nadie sabía con precisión la problemática de ella, y tampoco nadie la asilaría. ¿ A dónde huir? La única familia que ella tenía eran sus hijos, los que ella tenía que proteger, que ella tenía que cuidar y hacer crecer, su marido y ella eran una nueva familia. Nadie más tenía derecho de opinar, sobre todo si nadie la apoyaba, si a cada grito de auxilio, sus seres queridos más cercanos, le daban la espalda, le daban argumentos razonados para convencerla de que ella estaba sola, que no podía contar con ellos. Ella, había pedido apoyo a sus padres, a sus hermanos, a sus tíos. Nadie estaba con ella, lo correcto, lo cultural era estar con su marido, hasta la muerte, no había salida posible o atajo opcional. La única salida para Carlota era desistir, llevar el dolor y encontrar una salida viable para ella.
Carlota triste, desconsolada, viviendo en el camino del dolor, día a día, encontraría la forma de reencontrarse con su felicidad, su paz; Carlota, que era la importante, que era quien debía sostener la fuerza emocional de los hijos, necesitaba de esa fuerza y mantener una denuncia en su casa, le quitaría todo lo que ella necesitaba para ser feliz.