viernes, 28 de agosto de 2015

EL CIRCULO DEL 99

Ese  día charlaba con mi amiga, ella acababa de recibir un premio, estaba feliz, porque esos premios no se los dan a cualquiera, estaba encantada, y yo con emoción se lo festejaba. Siendo honesta, no creo que mis palabras fueran las adecuadas, pero lo importante era que mi amiga se sintiera aplaudida por mi. Pasando la conversación le pregunté qué haría con sus hijos, que para recibir este premio los había abandonado un poco. Su respuesta me dejó lívida: "voy a seguir trabajando para ganar el otro premio y les voy a comprar algo o a compartirlo con ellos". Algo no me cuadraba. Ella es una gran madre, me impresiona lo bien que le obedecen sus chicos, lo disponibles que están siempre para ella, pero darles algo material no me parecía la forma de compensar el abandono. Claro que los chicos de hoy quieren lo mismo que los otros, tener viajes, tener electrónicos, pero ellos parecen tenerlo todo pese a que no lo tienen. Uno quiere formar parte de un algo que ya existe, y pierde de vista lo importante. Por otro lado a mi también me tenía abandonada. Ella y yo nos frecuentamos mucho, y por qué no decirlo, ella me busca más que yo a ella, y ya no lo hacía porque estaba buscando su premio. Yo la comprendo porque nada es más feliz que luchar por aquello que anhelas. También me llamó la atención la distancia con su propio marido, había algo que no me gustaba, algo estaba cambiando en ella y no era para mejor.  No estaba disfrutando el premio como un bono, sino que lo estaba haciendo un estilo de vida, uno que podría costarnos muy caro a todos los que estábamos alrededor. 

En el camino de regreso a casa, recordé la historia de 

EL CIRCULO DEL 99 
por: JORGE BUCAY

Había una vez un rey que siempre estaba triste, que por contraposición, tenía un sirviente que siempre estaba alegre.

 Cada mañana entraba el sirviente alegremente con el desayuno del rey. Un día, el rey le preguntó el origen de su alegría.
– ¿Cuál es el secreto de tu alegría, paje?- preguntó el rey intrigado.
– No hay ninguno, Majestad.- contestó con naturalidad el sirviente.
El rey se molestó y lo intimó a que contestara, pero el sirviente no tenía respuesta para su pregunta. Simplemente explicó cómo se sentía.
– Majestad, no tengo motivos para estar triste. Tengo trabajo, esposa, hijos, casa, comida y ropa. De cuando en cuando, me premias con algunas monedas para gastar, ¿qué más puedo pedir?
El rey despidió molesto al paje y se quedó meditando. No concebía que un ser tan miserable fuera feliz. Entonces mandó llamar al más sabio de sus asesores para preguntarle.
– Majestad, es que el paje está fuera del círculo.
– Explícate.
– ¿Es feliz por estar fuera del círculo?
– No. No es infeliz por estarlo.
– ¿Acaso, estar en el círculo te hace infeliz?
– Efectivamente.
– Y el paje no está dentro.
– Así es.
– ¿Cuándo salió?
– Nunca entró.
– ¿Qué clase de círculo es ese?
– El círculo del noventa y nueve. Para que entiendas, debería mostrártelo en la práctica, haciendo que tu sirviente entre en él.
– Hagámoslo.
– Sólo hay una manera de hacerlo. Debemos dejar que entre por su voluntad.
– Bien.
– Pues prepara una bolsa con noventa y nueve monedas de oro para esta noche. Pasaré por ti. No olvides que sean exactamente noventa y nueve, ni una más ni una menos.
A la noche, el consejero pasó a buscar al rey y se dirigieron a la casa del paje, donde se ocultaron tras unos arbustos y aguardaron al alba.
Cuando vieron la primera luz en la casa, el consejero dejó la bolsa de cuero con las monedas y una nota que decía:
“Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no cuentes a nadie, cómo lo encontraste”.
Golpeó la puerta del paje y se volvió a esconder para espiar mejor.
El sirviente vio la bolsa y la nota y cuando se percató del sonido de las monedas, entró inmediatamente a la casa, echando el cerrojo.
El paje desparramó el contenido de la bolsa sobre la mesa y no podía creer lo que veía. Estaba embelesado, tocaba y acariciaba las monedas. Comenzó a formar pilas de a diez y cuando llegó a la última, notó que faltaba una. De inmediato comenzó a buscar la moneda faltante, en el suelo, sus bolsillos, los alrededores, en la bolsa. Era imposible, debía estar en alguna parte, no podían ser sólo noventa y nueve, debían ser cien.
– ¡Me robaron!- gritó desconsolado.
No había otra explicación, noventa y nueve no es un número redondo, debía faltar una. Era mucho dinero, pero faltaba una para que estuviera completo. Con cien monedas de oro, no tendría que volver a trabajar.
La cara del sirviente había cambiado, tenía los ojos pequeños y arrugados, el ceño fruncido, la boca con un terrible rictus. El hombre guardó las monedas nuevamente en el bolso, vigilando que nadie de la casa lo viera. Escondió la bolsa entre la leña y comenzó a calcular cuánto tiempo le llevaría conseguir la moneda faltante.
Cuando terminó sus cálculos quedó espantado, tomaría unos doce años juntar lo suficiente para comprar la moneda faltante, siempre que ahorrara todo su salario y algún dinero extra. Debía encontrar la forma de hacerlo más rápido. Tal vez pudiera pedirle a su esposa que buscara un trabajo en el pueblo y también él mismo, podría conseguir un segundo empleo. Haciendo esto, podría tardar unos siete años. Tampoco era suficientemente rápido. Quizás pudiera vender por las noches, los restos de comida. Deberían comer menos para tener más para vender. Tal vez podrían vender la ropa y los zapatos sobrantes. Seguía cavilando sin cesar. El sirviente había entrado en el círculo del noventa y nueve.
Durante los meses posteriores, el sirviente se dedicó a cumplir sus planes. Conforme seguía su estrategia, su humor empeoraba. Hasta que una mañana, el rey le preguntó el motivo de su malhumor. El paje contestó de mal modo. No pasó mucho tiempo, hasta que el rey lo despidió, debido a su mal humor.
Moraleja:
Todos hemos sido educados en la ideología de que siempre nos falta algo para estar completos, y que sólo seremos felices, cuando logremos completarnos. Nos enseñaron que la felicidad debe esperar a completar lo que falta. Y como siempre nos falta algo, nunca podremos gozar de la vida.
Pero, ¿qué pasaría si esas noventa y nueve monedas fueran el cien por ciento del tesoro? Pues noventa y nueve, no es menos redondo que cien. Por tanto, debemos disfrutar de nuestros tesoros, tal como están.

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