miércoles, 1 de abril de 2015

3. ENOJO - PRECOGNICION 3

El camino de las lágrimas, es muy lento, aquella enfermedad premonitoria, sólo le dio fortaleza a mi cuerpo y al mismo tiempo le tocó y le avisó en dónde sufriría más, por dónde atacar y por dónde resolver. Este largo camino, no es de unos días. Ya son 3 meses que voy deshojando la margarita y encontrando en cada uno de los pasos la condición mental que me ayude a superarlo.

Sigo en este triste camino, de pronto me siento fatigada, me siento que ya no puedo llorar más, decido que no puedo seguir sufriendo, y así el mismo dolor me saca hacia otra etapa. ¿Cuál? La negación. No. Me niego a regresar a la negación, a la negación donde nada ha sucedido, donde pienso que todo está bien. Me niego a regresar a esa etapa porque nuevamente tendré que volver a llorar como desesperada, a tomar ansiolítico, porque mi realidad no me permite vivir, porque mi dolor es más fuerte que mi realidad y no quiero vivir llorando.

Así releo el pasaje de Jorge Bucay, "La ruta de las lágrimas". Voy palomeando cada una de las etapas, realmente no he encontrado aquella en que cuenta la historia en que iguala una pérdida y un duelo, con una herida sangrante. Sin embargo, sí encuentro la semejanza en mi estado de ánimo. Ese cansancio exagerado, ese que no me permite levantarme temprano y escribir largamente. Yo pensaba que era el ansiolítico el que me mantenía aletargada, pero no, soy yo la cansada. Así mientras releo esta obra que he leído unas 3 veces, observo que una cualidad del duelo es la fatiga; Y si, estoy fatigada, quiero vivir durmiendo porque la noche no me alcanza para descansar. Encuentro un esquema que hace tiempo no había comprendido. El camino del dolor es una línea recta, que pasa por todas las etapas de sufrimiento, pero hay dos desviaciones que aparecen en medio camino: la negación y el sufrimiento. Me aterré cuando vi esas dos desviaciones, ¿sería que en verdad estaba negando mi realidad? No. Al comparar lo que el texto explica, con mi propia vivencia, veo que es una piedra con la que he tropezado, pero mi cansancio me indica que voy en el camino correcto. La otra desviación es el sufrimiento: es el perder el sentido y la razón para llorar. Cualquier razón es suficiente para sufrir, es un estado mental en el que se cae cuando no se quiere recorrer todo el duelo, cuando no se tienen las fuerzas para soportar alguna realidad. Cuando uno se estaciona en el sufrimiento, todo es razón de llanto, de dolor, de sufrimiento. La persona pierde el correcto sentido de la vida, porque lo ve a través de los lentes del dolor. Es un camino que debe retornarlo a uno hacia la línea recta del duelo, ese largo y cruento camino que al final me dará una liberación, pero que mientras la vivo, lloro, me desgasto.

Así, pese a que yo pensaba que ese velorio había sido suficiente para superar el dolor, me di cuenta que había sido sólo una muestra que usaría para colocar al fallecido en mi vida, al fallecido que nunca me avisó que se iría, y que me abandonó dejándome sola, sin compañero de juegos, aquél que no vi en su ataúd, y que tampoco vi que metieran bajo tierra. ¡Qué sufrimiento! ¡Cuanto llorar! Mi compañero de juegos  se había ido hacía años, y tal vez entonces no lo supe despedir como ahora.

La foto de la fallecida de ese velorio que me tiró en mi gran depresión, en mi mente era la del pequeño que solamente tenía 2 años, y ese ataúd grande, café, que yo había visto, era suplido por uno pequeño, blanco que era el del niño que había muerto. Yo no encontraba una forma racional de llorar, de despedir. Mi llanto brotaba enojada, reclamando al mundo o a mi situación por haberme quedado sola, sin mi compañero de juegos, sin ese muñeco viviente que yo tenía día a día para jugar, para compartir mis muñecas.  Aquí Bucay recomienda rodearse de los seres queridos, y racionalizar con ellos el propio dolor, o tal vez contarles la historia de aquello que sucedió. El objetivo es contarlo tantas veces que uno al final ya no llore, ni sufra por ese ser perdido. No hay mejor catársis que hablar y llorar, que explicar al sentimiento por aquello que se vivió, porque ese recuerdo ya murió sin poderlo despedir correctamente.

Cuando hay una actividad traumática en la vida, las neuronas de la amígdala, que son las que reciben esta noticia, automáticamente se mueren, para que el hipocampo no recuerde la escena. El cerebro irracional, no espera a que el sentimiento procese y cierre ese dolor, el cerebro simplemente corta porque no quiere que las funciones corporales se deterioren con el stress de esta vivencia. Sin embargo, el corazón, sí requiere recordar para cerrar.

¡Que manera magistral de cambiar a los muertos!. ¡Que poder tiene la mente humana¡ Tras llorar cerca de 30 minutos, me sentí nuevamente fatigada, pero liberada, pude despedir a mi compañero de juegos,  aquél al que nunca le dije adiós y que me había llevado al atajo del sufrimiento, del llorar eternamente y del vivir en el dolor y no encontrarle el sabor a las pequeñas vivencias del día a  día.

Recuerdo aquel día de noviembre cuando recibí la primera premonición. Cuando releo los símbolos veo que no podía ver más allá me veía triste y desesperada, desconsolada. Una flecha lanzada sin un blanco. El propio dolor es el que no le permite a uno leer correctamente aquello que depara el futuro, porque el cerebro automáticamente lo cancela.

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