lunes, 19 de mayo de 2014

Heridas de infancia: injusticia-rigidez, víctima

Es curioso cómo todo sucede de la forma más inesperada. Hace tiempo me angustiaba porque mi pasado me había alcanzado, aquello que yo había eludido, nuevamente estaba junto a mi. Las chicas de una etapa escolar, a las que dejé de ver por pesadas, porque no había relación cercana o afinidad, de pronto se convirtieron en mi compañía.

Recuerdo con pesar, cómo sufro cuando he de confrontar aquello que me lastima como estas personas. Cuando una herida de infancia surge, uno sufre igual que cuando lo vivía de pequeño. Si lo que sufría era abandono, se apega a las relaciones para no volver a vivir ese dolor. En mi caso era injusticia, una persona que sufrió la injusticia, vive haciendo la víctima y en rigidez, para que la herida no cierre, para que uno no crezca. ¿Por qué? ¿Por qué queremos permanecer en la infancia? Porque aunque hayamos tenido eventos muy tristes, era la época en que alguien nos miraba, nos mimaba, nos mantenía, estaba al pendiente de nosotros, y por eso al crecer inconscientemente queremos, deseamos, anhelamos regresar a esa época. Como eso ya no es posible, porque el tiempo nos ha dado responsabilidades, y obligaciones, entonces recurrimos a las actitudes infantiles que eran importantes y definitorias para nuestro estar. Recurrimos a nuestras heridas que por lo menos nos recuerdan la infancia que añoramos. Dicen que al descubrirnos metidos en una herida y reaccionando ante ella, debemos quedarnos quietos, no mover, no quejar, no hablar, no actuar, porque cualquiera de esas actitudes, hará que nos envolvamos en el papel de víctima en este caso.

Es un efecto impresionante, descubrir la injusticia y quedarse quieto. Me dio ocasión para esperar y analizar a cada mujer que recordaba. Incluso me trajo un ejemplo, una injusticia más. Una amiga reciente, me ha enviado un mensaje de felicitación, cuando ella fue quien me negó ayuda, una mano, una mirada, todo me lo quitó, y su entrada triunfal inició con "las grandes amistades superan cualquier adversidad". Mi reacción automática hubiera sido, llamarle, contestarle en gratitud. Pero como estaba en estado de quietud por la otra escena de injusticia, tuve la calma de no hacer nada. Así como llegó, se fue, mi amiga reciente, no me ha vuelto a hablar, cosa que agradezco, las amigas no dan la espalda sin una razón o un perdón pronto.

Quedarse quieto ante una humillación, ante un abandono, ante un rechazo, traición, injusticia y dejar que el mundo se mueva, le da a uno la fuerza y la voluntad para seguir adelante. Cuando uno no reacciona ante estas heridas, tiene tiempo para pensar en un golpe de respuesta acertivo. No es que uno se quede congelado y no responda, no es falta de confrontación, sino falta de herramientas para hacerlo. Si toda mi vida he recibido injusticias, la única reacción que tengo es la rigidez, y si decido no moverme, en vez de aumentar la rigidez, busco en mi cajón de herramientas, cuál puedo usar para resolver este problema en particular.

Cuando uno se queda quieto, es como quien atrapa balas, son las pruebas que venimos a trabajar en la vida, y cuando uno ya no se engancha, la prueba misma se va, se aleja por si sola, porque hemos superado la prueba. No es fácil, no es de una sola vez, es consistentemente, día a día y escena a escena, observar si me está atacando o me estoy proyectando. Es como detectar aquel alimento que te hace daño, una vez que lo conoces, ya no lo pruebas, y resuelves el problema.

Saltar y esconder un pedazo de vida, puede ser perjudicial para el propio crecimiento. 

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