De pronto es necesario volver al pasado, al pasado que creía superado. Al pasado que antes era lo más común y dónde hoy no recuerdo cómo moverme. He perdido el wi-fi y he requerido un cable para conectarme, como si fuera ayer. Intentando conectarme a cualquier wi-fi y no conseguirlo y encontrar un cable, no saber cómo hacerlo funcionar por la falta de costumbre. Algo que ayer era tan común, hoy es como una cosa extraña. También al estilo del dial-up: cuando había que esperar señal y respuesta. Hoy siempre hay una nube disponible, una señal que me permite intercambiar opiniones, charlar con mis amigos.
Esta comunicación moderna, la del wi-fi ilimitado en todo lugar, es como los jóvenes de hoy, como las sociedades actuales en las que uno debe, se espera que esté conectado. Pero yo me pregunto ¿qué hay de la vida privada? ¿de los límites que se espera que me ponga? yo no soy más yo, porque debo estar abierta a cualquier conversación. ¿Cómo podría yo, serlo, si no tengo tiempo para conocerme? ¿Acaso alguien que está abierto es también un buda? No. Los contemplativos están cerrados al mundo, a la gente, a cualquier manifestación externa a su propia piel.
En el libro de Comer Rezar y Amar de Elizabeth Gilbert, ella cuenta una experiencia. Su primer amor, su marido, había sido muy amargo, un final de gran tristeza. Su segundo amor, David, era su alma gemela, y de igual forma una persona para convivir poco y dejarlo. Estas dos relaciones habían hecho de ella un ser co-dependiente, incapaz de funcionar sola. Un buen día ella llega a la India a un monasterio. Los cánticos de los mantras, le parecían soeces, e inútiles. Ella, en vez de usarlos para meditar, sólo le servían para distraerse. Una vez que superó a cada uno de sus amores, y tuvo la fortaleza de mirarse, entonces, aprendió a meditar, a tolerar mucho tiempo haciendo un sacrificio. Podía usar esos mantras para lo que estaban hechos, para meditar y encontrar su personalidad y su fuerza. Antes de este tiempo, no era posible. Vivía recordando con tristeza ambas decepciones, deseaba volver o recomponer las cosas; no le era posible salir de sus constantes errores. Con ayuda de la diaria meditación y de los métodos hindúes, se volvió una gran yogui, incluso en algún capítulo cuenta que pasó varias horas en meditación en cierta posición incómoda y en vez de preocuparse por el cansancio, sentía que su cabeza sacaba rayos, que su cuerpo se llenaba de paz y de calor, que todo era comodidad y felicidad en esa posición.
Al vivir abiertos al mundo virtual, nos perdemos de nosotros mismos, nos perdemos de la fortuna de conocer seres especiales como somos nosotros, de seres con algún don maravilloso allí escondido, y que no se muestra por estar abiertos al mundo virtual. Cuando superamos el miedo, la angustia, y todo aquello que implica estar "desconectados" encontramos un mundo maravilloso, uno que nosotros inventamos, como los chicos. Yo conozco una chica que desde que aprendió a hablar, dice que el sol la sigue, y por las noches, la luna. Que de una pulsera de hilo mal atado, sale un venado. Al igual que chicos, podemos inventar lo que nos haga felices. ¿Cuántas horas podemos pasar en este mundo virtual? Seguramente, si la mitad las usáramos para inventarnos nuestro propio mundo, seríamos más felices, más seguros y encontraríamos la forma de no sufrir por los descalabros y puntapies que nos pone el gobierno.
Vivir cerrados al mundo un rato, es como comer frutas y verduras, revitaliza más sanamente nuestro cuerpo.
Esta comunicación moderna, la del wi-fi ilimitado en todo lugar, es como los jóvenes de hoy, como las sociedades actuales en las que uno debe, se espera que esté conectado. Pero yo me pregunto ¿qué hay de la vida privada? ¿de los límites que se espera que me ponga? yo no soy más yo, porque debo estar abierta a cualquier conversación. ¿Cómo podría yo, serlo, si no tengo tiempo para conocerme? ¿Acaso alguien que está abierto es también un buda? No. Los contemplativos están cerrados al mundo, a la gente, a cualquier manifestación externa a su propia piel.
En el libro de Comer Rezar y Amar de Elizabeth Gilbert, ella cuenta una experiencia. Su primer amor, su marido, había sido muy amargo, un final de gran tristeza. Su segundo amor, David, era su alma gemela, y de igual forma una persona para convivir poco y dejarlo. Estas dos relaciones habían hecho de ella un ser co-dependiente, incapaz de funcionar sola. Un buen día ella llega a la India a un monasterio. Los cánticos de los mantras, le parecían soeces, e inútiles. Ella, en vez de usarlos para meditar, sólo le servían para distraerse. Una vez que superó a cada uno de sus amores, y tuvo la fortaleza de mirarse, entonces, aprendió a meditar, a tolerar mucho tiempo haciendo un sacrificio. Podía usar esos mantras para lo que estaban hechos, para meditar y encontrar su personalidad y su fuerza. Antes de este tiempo, no era posible. Vivía recordando con tristeza ambas decepciones, deseaba volver o recomponer las cosas; no le era posible salir de sus constantes errores. Con ayuda de la diaria meditación y de los métodos hindúes, se volvió una gran yogui, incluso en algún capítulo cuenta que pasó varias horas en meditación en cierta posición incómoda y en vez de preocuparse por el cansancio, sentía que su cabeza sacaba rayos, que su cuerpo se llenaba de paz y de calor, que todo era comodidad y felicidad en esa posición.
Al vivir abiertos al mundo virtual, nos perdemos de nosotros mismos, nos perdemos de la fortuna de conocer seres especiales como somos nosotros, de seres con algún don maravilloso allí escondido, y que no se muestra por estar abiertos al mundo virtual. Cuando superamos el miedo, la angustia, y todo aquello que implica estar "desconectados" encontramos un mundo maravilloso, uno que nosotros inventamos, como los chicos. Yo conozco una chica que desde que aprendió a hablar, dice que el sol la sigue, y por las noches, la luna. Que de una pulsera de hilo mal atado, sale un venado. Al igual que chicos, podemos inventar lo que nos haga felices. ¿Cuántas horas podemos pasar en este mundo virtual? Seguramente, si la mitad las usáramos para inventarnos nuestro propio mundo, seríamos más felices, más seguros y encontraríamos la forma de no sufrir por los descalabros y puntapies que nos pone el gobierno.
Vivir cerrados al mundo un rato, es como comer frutas y verduras, revitaliza más sanamente nuestro cuerpo.
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