domingo, 2 de febrero de 2014

La Ninfa Azul

De esta forma estaban el joven de hermosa voz y carnes suaves, sumergido en el agua. La Ninfa Azul miraba al joven transformarse, ella bella y suave, encantadora y grácil, era su esencia, no podía ser distinta, y él sin embargo, sí se transformaba. Aquél joven de aspecto desanimado,  pasivo, de movimientos simples y banales, de pronto se ponía al acecho, como un lince en primavera, como un lobo al ataque. Su mirada desviada, había encontrado un punto certero al que mirar, y la Ninfa Azul se turbaba, se le acercaba, al igual que una sirena, lo seducía, lo miraba, lo acariciaba, hacía todo lo que él requería para estar listo para el placer, listo para erguir toda su hombría en aquella grácil Ninfa de origen rocoso. Ella zalamera se movía, y le hablaba, lo llevaba a la orilla del lago, se escurría hasta el débil río que alimentaba el frío lago. Sus cabellos húmedos, oscuros y sedosos por el peso que el agua le había dado, sus carnes suaves y azules como plumas de pájaro azul, sedosa y brillante lista para alzar el vuelo. El hombre antes de carnes suaves, eran ahora fuertes y marcadas como las de un lince, como un jaguar a punto de atacar. "Vamos, Ninfa Azul, deja que te posea, déjame terminar esto que has iniciado" más la Ninfa Azul seductoramente salía del agua, movía su esbelto cuerpo y escurrida se introducía en el espeso bosque. "Ninfa Azul, ¿Cómo me puedes dejar así? No es justo que seas tan volátil, así tan dispersa como si no hubieras sentido nada" Ella, en silencio se adentró en el bosque, sin decir palabra, dejó al pobre hombre-lince hecho un torpedo listo para disparar. "Ninfa Azul, ¿qué has hecho? ¿Por qué me maltratas así?"

La ninfa del agua, se apiadó de él y grácilmente se acercó, su apariencia era casi transparente, al igual que agua cristalina, su piel parecía palidecer con cada rayo de sol que le tocaba. Ella transparente como el agua, brillante y difuminada, rubia con pelo casi blanco, de ojos claros casi traslúcidos, piel suave como terciopelo, tentadora como una noche fría junto al fuego, se acercó al joven. "¿Quién eres tu? ¿Tú no me vas a despreciar?" imploró el joven listo como un lince para atacar "Oh no, yo fui quien te ha seducido, pero es ella de quien te enamoraste y, yo no puedo..." guardó silencio despechando la mirada hacia el fondo del bosque "Pero ¡yo no entiendo! si tu me sedujiste y no ella, entonces, tu déjame tenerte para continuar todo este placer que me has provocado". La ninfa traslúcida torció la boca "lo siento, las ninfas somos como sirenas, volvemos locos a los hombres para que siempre estén al pendiente nuestro, pero nunca nos dejamos poseer. ¿Qué te estimularía a regresar si me tuvieras hoy?..." el joven confundido, volteó a ver al fondo del bosque intentando encontrar a la Ninfa Azul "pero ¿y ella?, y ¿la Ninfa Verde? Cuántas hay que me han estimulado, me han enloquecido y ninguna me desea?" La ninfa traslúcida, viendo que el joven sufría y no se dejaba convencer, comprendió que debía inducirle más dudas "no intentes nada, querido, en nuestro mundo las mujeres nos estimulamos solas, nuestra esencia nos llena y nos complementa, si tu quieres eso, deberías ir con las Ninfas de Baco, pero ellas...." suspiró "ellas no están aquí cerca".

El joven-lince  entro al agua tímidamente, tal vez la Ninfa traslúcida cambiara de opinión y estando en su medio, se dejara poseer. El joven nadó y nadó, encontró cientos de Ninfas intercambiando sonrisas y juegos, más ninguna se dejaba poseer por él. Al fin, una vez cansado y desahuciado, rechazado por todas las hermosas, gráciles, dulces jóvenes, Ninfas, salió del agua. Su piel suave, arrugada, su miembro pequeño entumecido de frío, sus manos tiesas y cansadas de nadar. El joven se dejó acariciar por el sol, así desnudo se dejó poseer por él, y éste lo tocó  hasta decir "basta", sus ojos no veían más, su piel caliente ya, tuvo que ir en busca de sombra. Allí, montada en una piedra, encontró a la Ninfa Azul, quien loca de placer se dejaba tocar por su esencia, la roca rugosa que llevaba en el corazón. El joven no pudo evitar mirarla, se veía tan hermosa, gritando, gimiendo, su piel brillante como plumas de pájaro azul, su pelo crispado de tanto placer. La miró largamente y con rencor le dio la espalda. Ella al sentirse mirada lo llamó, y por la espalda le susurró. "Vete de aquí hombre de voz hermosa, vete a tu mundo donde comprendas cómo se vive, aquí desarmonizas la belleza". El hombre humillado, salió del bosque y juró nunca regresar allí. Sin embargo, en las noches de triste soledad, de embriaguez total, de calor insoportable, recordaba a la Ninfa Azul, a quien nunca pudo poseer, quien rechazándolo cientos de veces recordó la primera vez que ellos junto al árbol la Ninfa verde y La azul hacían un divino trío. "Yo la rechacé primero, yo no acepté su esencia, casi por mi ella muere, yo la hice convertir en piedra, ahora comprendo por qué nunca me miraría. Perdóname Ninfa Azul, ahora comprendo que mi mundo y tu mundo no deben mezclarse y que debo esmerarme por encontrar lo que quiero en mi mundo. Dios no me dará nada que yo no quiera. Yo soy hombre, no pájaro, debo buscar mi diario alimento, mi diario amor, amar honestamente en mi mundo, y aceptar a cada quien por su misma esencia".

Así el joven de carnes suaves se miró en un espejo, observó que a sus carnes les faltaba voluntad, que su vida era como un gris torrente de agua que usaba a todo aquél que pasaba por su camino, para él apoyarse, y como rémora, absorberlo y comer lo que a ése le sobraba. Miró sus carnes suaves, faltas de disciplina, faltas de estímulo,  consistencia, faltas de logros y metas cumplidas. Sus carnes suaves, no eran más que la manifestación de su misma vida cómoda, apoyada en cualquiera que lo quisiera recibir, en cualquiera que lo quisiera aceptar. Sabía acercarse a los fuertes, y de ellos tomar lo que necesitaba, pero nunca daba en correspondencia, ni regresaba en agradecimiento. Todo se lo tomaba para sí, porque creía que esa era la vida que le correspondía. Recordaba sus noches de placer, siempre efímeras y deslucidas porque nunca la joven a su lado era lo suficientemente hermosa, ni bella, ni asidua, ni hacendosa, ni tenía cualidad alguna que le complaciera. No aceptaba a ninguna, sin importar su esencia. Las hermosas eran fútiles, las gordas eran simples, las inteligentes eran superficiales y ninguna tenía lo que él necesitaba, porque él mismo no sabía lo que quería. Sus carnes suaves eran solo la codependencia de unos padres protectores, mimadores, que siempre le dieron lo que pedía, que siempre, sin que esfuerzo hiciera, le acercaron todo lo que a su mano estaba, para que el joven creciera fuerte, sin necesidad de esfuerzo.

El joven de carnes suaves, lloró amargamente el tiempo perdido e intentó encontrar el bosque de las ninfas coloridas, sin uerte. Sólo en el fondo la voz de la Ninfa Azul le decía "anda, joven de voz hermoso, andá y busáa tu destino que bien merecido lo tienes, busca tu destino fuerte y altivo que aún eres joven y tienes la vida por delante".  FIN

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