lunes, 3 de febrero de 2014

Istanbul- Otrtaköi

ISTANBUL no es sólo mezquitas, sin embargo a mi me gusta mencionarlas porque son la manifestación material de la gente. Las culturas alaban a su Dios a través de los templos, las construcciones, decoraciones e implementos convencionales que les son útiles para sus ritos. Me gusta mencionar primero la arquitectura porque en ella, la gente se manifiesta con sus más bellas creaciones, dá lo mejor de si mismo, su mejor cara, su máxima alabanza porque es para adorar a un Ser Supremo. La arquitectura me atrae por su magnificencia, porque a través de tantos siglos, sigue preservándose y manifestándose una y otra vez como un símbolo de algo bello.

Las zonas habitacionales se ven igual que en cualquier parte, algunos edificios nuevos, otros abandonados, pero no me llamó la atención cierto tipo de construcción como lo puede ser el entramado en Francia y Alemania.

Además de Mezquitas, en Istambul hay bazares. Hay un pequeño barrio llamado Ortaköi. Así es, tan sucio su nombre y es hermoso el pequeño barrio. Antigüamente fue un pueblito de pescadores, todavía se ven algunas barcas, pero como siempre, la ciudad se come lo lejano y ahora es una zona donde hay barcas de pescadores, huele a pescado, pero no lo vi a la venta. Lo que vi fue un hermosísimo restaurant a la orilla del Bósforo, dónde como almuerzo comimos una deliciosa patata gigante rellena de: ya no recuerdo, pero deliciosa. Estaba suave, casi hecha puré. En frente mío tomaron la patata hirviendo, creo que la sacaron de un horno, la partieron por la mitad y la carne la rompieron, cubrieron con sal y manteca, y le agregaron el relleno que yo había elegido. Era una delicia. Mirar el Río Bósforo, que es tan ancho como el Río de la Plata, comiendo esa deliciosa patata rellena, y charlando con las amigas, fue una experiencia en verdad inolvidable. No era un lugar elegante, pero me hizo pensar que estaba yo sobre un barco mirando el mar. A lo lejos había una.... si.... mezquita en refacción pero estaba cubierta con una enorme manta con el dibujo de lo que había allí debajo, para que no rompiera con la armonía del lugar. Este hermoso pueblito está justo debajo del puente que conecta Europa con Asia y como el puente es una belleza, debían cuidar todos los detalles para que durante la refacción, siguiera luciendo hermoso el ambiente. Este pequeñísimo barrio, consta de unas cuatro calles de subida, todas ellas con mesas llenas de joyería. Cuántas piedras. Qué belleza. Todo brillaba, había adornos para cada rincón del cuerpo: anillos dobles, brazaletes con cierre de presión y con un elástico, era todo un placer que hubiera querido llevar todo conmigo. Yo buscaba piedras azules, me encanta el azul, y he encontrado una hermoso brazalete con piedras venecianas, de todos tonos  y formas, piedras traslúcidas, y opacas, pintadas y simples. Por supuesto que mientras encontraba mi brazalete, se me han pegado otros de muchos y diversos colores y formas, era aquello una delicia para los ojos, una belleza mirarse brillando de arriba a abajo.

Las ventanas tan elegantes. Los cojines siguen siendo lo más emblemático de Turquía pese a que ya tienen muebles y sillas y las usan, no son sólo de adorno como en la época de los sultanes. Sin embargo nunca había visto tantos cojines tan hermosos, un almacén llena de ellos, todos con dibujos de diferentes colores, de diferentes figuras. Yo creo que todavía los usan mucho en sus casas, porque en ningún lado había visto un almacén sólamente de cojines.

Yo hubiera querido quedarme más tiempo en Ortaköi. Que hermoso barrio, el día estaba nublado, no hacía calor, pero quería quedarme aromatizada con la seducción de este precioso lugarcito. No es grande ni el más hermoso, pero tiene esa esencia de pertenencia, ese sabor de belleza a algo excepcional, ese aroma especial de un lugar que uno quiere permanecer y no moverse. Hubiera querido sentarme en una banquita, pero la única que había estaba detrás de un carrito lleno de pescado. El olor no me hacía muy feliz, y mis acompañantes, habían terminado de estar. Yo iba paso a pasito, atrás de la comitiva, mirando, absorbiendo, contemplando llenándome de todo ese ambiente tan especial de este pequeñísimo barrio.

Como dije anteriormente, estábamos junto al puente que conecta con Asia. Un hermoso puente que mide mucho, tal vez 1 km o 10, los números no se me han quedado. Es de dos sentidos, a ambos lados tiene tensores que soportan barandales con una separación de 5 metros de arriba a abajo, ni un transporte de carga, que son grandes y voluminosos, lo superaba. Es de color blanco de día, y de noche lo encienden con luces de colores que van cambiando con cierta frecuencia. Me ha contado un abuelo que en los últimos quince años, que no había venido el pequeño Istanbul, había madurado y europeizado su personalidad. La gente era más independiente y segura, no tan fanática ni perseguidores por no seguir la religión al pie de la letra. Me ha encantado esa historia. Ese hombre, me hablaba en francés y mirando el puente de Asia cambiar sus colores, me imaginaba con lujo de detalles, todo lo que él me explicaba sobre esta mágica ciudad.

Cruzamos el puente y llegamos a Ankara. Dicen que es igual Asia que Europa, pero a mi me pareció más ordenado Asia, con espacios más grandes. Creo que aquí vive la gente de clase media y debe cruzar este hermoso puente diariamente para ir al laburo a Istanbul.

Me ha fascinado el comercio en Ankara. Sólamente viajamos en auto, no pudimos descender y aspirar el aroma de la gente, observar con cuidado las ventanas, mirar el andar apresurado o pausado de la gente. Eramos sólo un auto más visitando una extensión de Europa, en una pequeña porción de Asia. 


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