Así enojada del sueño y ceñuda empezó el día. No podía despertar. A las 4.30 abría el ojo para hacer un trabajo, pero el cansancio la había dejado tirada donde estaba. Nada la hacia despertar, ni el caminar para despertar a los niños, en cada cuarto se quedaba dormida, el sueño parecía querer permanecer en sus ojos, y no permitir que ella los abriera. Pareciera que su intuición femenina le indicaba que las cosas no serían tan lindas como esperaba, en su sueño, evadía la realidad, no sabía qué pasaría en el día, pero su intuición femenina, se lo estaba diciendo, la estaba previniendo. Su actitud era ceñuda, molesta, algo no le cuadraba sobre la plática de la noche anterior, parecía muy simple, él estaba muy convencido de que ella obedecería, sus palabras la iban llevando a decir lo que él esperaba oír, y ella a todo asentía. ¿Sería que eso la molestaba?¿Habría algo más profundo porque ella estaba molesta?
Habían salido juntos, había varias actividades que hacer en la misma ruta, y así los dos compartirían el tiempo y el espacio. Para ella el día se le había venido encima, todo eran carreras contra el reloj, y para él también. Él tardaba en salir de la casa, que buscaba sus lentes, que había un pendiente que terminar, cada vez algo lo detenía a salir; pareciera que él tampoco quisiera empezar, parecía que él mismo intentaba detener algo inminente o se estaba ventaneando, o simplemente tenía miedo, ese temor que le había surgido hacía una semana cuando hubiera recibido el citatorio. Tal vez efectivamente había alguna falsedad, alguna revancha del lado de él, que a ella le daba la razón para no querer despertar, para ese cansancio, y el poco deseo de despertar. Al final se dio cuenta que "quiero dormir cansado, para no frustrarme nuevamente con tu actitud, para no verme nuevamente envuelta en tu chantaje".
En cada cita, la actitud de él era extraña, él siempre callado, permitiendo que su esposa dijera lo que sabía, y permitiendo que ella se explayara, se abalanzó a hablar, quería sobresalir pese a que no sabía suficiente, hablaba y hablaba e interrumpía a la esposa, cuando ella intentaba abrir la boca. ¿La idea sería la de hacerla menos? ¿Sería tan honesto su deseo de cambiar? ¿Sería un indicio para que ella levantara las antenas?
Llegaron al juzgado, y automáticamente desapareció. El propósito era que ambos hablaran con el agente y ella se desistiera, como lo habían acordado. Iban entrando y él no estaba, ella esperaba y esperaba, y él sin aparecer. Extrañada miraba a lo lejos, miraba cerca, y entre la gente, de espaldas a ella, él hablaba por teléfono. Como tardaba en alcanzarla, ella se adelantó al juzgado, para tomar un turno. Salió a buscarlo y al encontrarlo, él asustado, le dijo que el abogado le había llamado, que debía salir de allí, que ella quitara la denuncia y él se fuera. "¿Sabes de qué te acusan? Tal vez aprovechen para interrogarte y no tengas quien te defienda, tal vez te encarcelen, porque eso es lo que dice en el citatorio, sal de allí inmediatamente", le había ordenado el abogado por teléfono. Realmente el abogado temía perder su pago, si ellos lo hacían de esta forma, a él lo sacarían de la jugada y eso no le convenía.
De eso se trataba todo, a eso se refería el cansancio que ella sentía, a la parte de incumplimiento de él, al hecho de que él se echaría a correr, dejándola sola nuevamente, a merced de las autoridades. Ella así sola, nuevamente en su taciturnidad, esperó el tiempo y se aprestó a hablar con el oficial del ministerio. Ella le explicó su preocupación y su negativa a ser parte de un juicio. Él extrañado la escuchaba, nada de eso era verdad. El abogado y el marido habían inventado esta argucia para infundirle miedo a ella, para que ella se desistiera con seguridad, y éste saliera ileso, sin cargos que mancharan su reputación. El marido consideraba que si ella estaba triste, decepcionada, o tenía razón, eso no importaba, esto era una guerra, y él tenía más balas, la buena voluntad, aquí no existía.
El agente, le explicó que ella podría desistirse, siempre y cuando él cumpliera, que el ministerio público, necesitaba un papel que dijera que él estaba tomando una terapia y así cerrarían el caso, pero que él tenía que hablar con la otra parte para que tuviera el efecto requerido.
Ella al salir del ministerio, triste por la nueva daga que él le había asestado, empezó a recordar todo el caso: el hombre eternamente sulfuroso, pretendía que sus hijos no hicieran ruido, no se movieran, no corrieran, y al más rebelde, se le acercaba con un cinturón y le pegaba. A veces era porque tardaban en obedecer, pero el cinturón siempre salía a escena. Generalmente era el mediano, el que padecía de aquella discapacidad, el más rebelde, el que ganaba los golpes más severos. El mayor recibía los golpes psicológicos, de él se burlaba, "¿No vas a obedecer?" le decía el padre, "pues te voy a quitar tu domingo, que bueno, vas a ser pobre" y esto lo decía con la voz de burla, con la voz del sarcasmo y el cinismo. El hijo mayor, Salvador, llevaba años escuchando sus frases, sus actitudes, y lo resentía tanto. No lloraba, pero su postura era desgarbada. No tenía amigos, su autoestima estaba bastante dañada para tener alguna relación feliz. Los pocos intentos que haría él de relacionarse, se veían frustrados por las actitudes agresivas de los niños. Tal vez las palabras que los niños le decían, le recordaban a las del padre, lo hacían sentir miserable. La madre sólo regañaba al padre: "no les pegues, eso no sirve para educar" a lo que él respondía "entonces enséñame tu método, a ver si ése si sirve" con cólera y despotismo le hablaba a su mujer, ¿Qué caso tenía intentar mostrarle algo? Él con su actitud severa, malhumorada, sarcástica, no deseaba aprender nada. La única intención de él era la de aplastar la buena voluntad de la esposa, hundir a todos, para él estar sobre todos, para que todos vieran qué infeliz era él con esa familia de perdedores. Tal vez, su intención era la de efectivamente educar con la actitud militar que se acostumbraba en los 30´s cuando los niños y las mujeres iban asustadas por los maltratos de los hombres. Sin embargo, a él no le estaba funcionando, en vez de conseguir que ellos produjeran algo bueno, se volvían cada vez más infelices y tristes. La intención del hombre, de que ellos fueran gente fuerte, no se cumplía. La gente que los conocía, los evitaba, era tan desagradable convivir con un hombre tan agresivo tan sulfuroso, tan maldito y poco amable con sus hijos. Tampoco tenían amigos de familia. No había manera de hacer amistad con otras familias, él resaltaba por su sarcasmo. Aunque siempre escondido, la gente notaba que su familia vivía infeliz por su trato del padre. Los amigos que tenían eran sólo laborales, nadie los buscaba, porque les molestaba la energía falsa que ellos emanaban.
Ella pensaba que eso estaba bien, que era la vida que les había tocado, y que en algún momento él recapacitaría si ella le insistía una y otra vez lo mismo. Un buen día escuchó que a ella, la actitud del marido, la hacía cómplice, ella no debía quedarse callada, ella debía denunciar a ese agresivo sulfuroso hombre que atacaba física y psicológicamente a sus indefensos hijos. Sus pobres hijos, que sólo tenían a su padre que los cuidara, irónicamente era precisamente, de quien recibieran el peor maltrato, el que les sembraba el dolor más profundo que imperaría el resto de su vida.
Ella que se sentía víctima de este maldito, cumplía dos papeles, víctima y cómplice. Ella que quería cuidarlos, los estaba lastimando doblemente. Ella se armó de valor, conocía la prepotencia del hombre, cuántas veces, lo había oído amenazarla, "tu no puedes hacer nada contra mí, si tu familia es tan idiota para dejarse allanar por abogados corruptos, yo también puedo. Tu familia no vale nada, y yo puedo hacer que te quiten a los hijos, cualquier abogado se prestaría a dejarte en la ruina". Pese a ese pensamiento, ella fue y metió la denuncia.
Habían salido juntos, había varias actividades que hacer en la misma ruta, y así los dos compartirían el tiempo y el espacio. Para ella el día se le había venido encima, todo eran carreras contra el reloj, y para él también. Él tardaba en salir de la casa, que buscaba sus lentes, que había un pendiente que terminar, cada vez algo lo detenía a salir; pareciera que él tampoco quisiera empezar, parecía que él mismo intentaba detener algo inminente o se estaba ventaneando, o simplemente tenía miedo, ese temor que le había surgido hacía una semana cuando hubiera recibido el citatorio. Tal vez efectivamente había alguna falsedad, alguna revancha del lado de él, que a ella le daba la razón para no querer despertar, para ese cansancio, y el poco deseo de despertar. Al final se dio cuenta que "quiero dormir cansado, para no frustrarme nuevamente con tu actitud, para no verme nuevamente envuelta en tu chantaje".
En cada cita, la actitud de él era extraña, él siempre callado, permitiendo que su esposa dijera lo que sabía, y permitiendo que ella se explayara, se abalanzó a hablar, quería sobresalir pese a que no sabía suficiente, hablaba y hablaba e interrumpía a la esposa, cuando ella intentaba abrir la boca. ¿La idea sería la de hacerla menos? ¿Sería tan honesto su deseo de cambiar? ¿Sería un indicio para que ella levantara las antenas?
Llegaron al juzgado, y automáticamente desapareció. El propósito era que ambos hablaran con el agente y ella se desistiera, como lo habían acordado. Iban entrando y él no estaba, ella esperaba y esperaba, y él sin aparecer. Extrañada miraba a lo lejos, miraba cerca, y entre la gente, de espaldas a ella, él hablaba por teléfono. Como tardaba en alcanzarla, ella se adelantó al juzgado, para tomar un turno. Salió a buscarlo y al encontrarlo, él asustado, le dijo que el abogado le había llamado, que debía salir de allí, que ella quitara la denuncia y él se fuera. "¿Sabes de qué te acusan? Tal vez aprovechen para interrogarte y no tengas quien te defienda, tal vez te encarcelen, porque eso es lo que dice en el citatorio, sal de allí inmediatamente", le había ordenado el abogado por teléfono. Realmente el abogado temía perder su pago, si ellos lo hacían de esta forma, a él lo sacarían de la jugada y eso no le convenía.
De eso se trataba todo, a eso se refería el cansancio que ella sentía, a la parte de incumplimiento de él, al hecho de que él se echaría a correr, dejándola sola nuevamente, a merced de las autoridades. Ella así sola, nuevamente en su taciturnidad, esperó el tiempo y se aprestó a hablar con el oficial del ministerio. Ella le explicó su preocupación y su negativa a ser parte de un juicio. Él extrañado la escuchaba, nada de eso era verdad. El abogado y el marido habían inventado esta argucia para infundirle miedo a ella, para que ella se desistiera con seguridad, y éste saliera ileso, sin cargos que mancharan su reputación. El marido consideraba que si ella estaba triste, decepcionada, o tenía razón, eso no importaba, esto era una guerra, y él tenía más balas, la buena voluntad, aquí no existía.
El agente, le explicó que ella podría desistirse, siempre y cuando él cumpliera, que el ministerio público, necesitaba un papel que dijera que él estaba tomando una terapia y así cerrarían el caso, pero que él tenía que hablar con la otra parte para que tuviera el efecto requerido.
Ella al salir del ministerio, triste por la nueva daga que él le había asestado, empezó a recordar todo el caso: el hombre eternamente sulfuroso, pretendía que sus hijos no hicieran ruido, no se movieran, no corrieran, y al más rebelde, se le acercaba con un cinturón y le pegaba. A veces era porque tardaban en obedecer, pero el cinturón siempre salía a escena. Generalmente era el mediano, el que padecía de aquella discapacidad, el más rebelde, el que ganaba los golpes más severos. El mayor recibía los golpes psicológicos, de él se burlaba, "¿No vas a obedecer?" le decía el padre, "pues te voy a quitar tu domingo, que bueno, vas a ser pobre" y esto lo decía con la voz de burla, con la voz del sarcasmo y el cinismo. El hijo mayor, Salvador, llevaba años escuchando sus frases, sus actitudes, y lo resentía tanto. No lloraba, pero su postura era desgarbada. No tenía amigos, su autoestima estaba bastante dañada para tener alguna relación feliz. Los pocos intentos que haría él de relacionarse, se veían frustrados por las actitudes agresivas de los niños. Tal vez las palabras que los niños le decían, le recordaban a las del padre, lo hacían sentir miserable. La madre sólo regañaba al padre: "no les pegues, eso no sirve para educar" a lo que él respondía "entonces enséñame tu método, a ver si ése si sirve" con cólera y despotismo le hablaba a su mujer, ¿Qué caso tenía intentar mostrarle algo? Él con su actitud severa, malhumorada, sarcástica, no deseaba aprender nada. La única intención de él era la de aplastar la buena voluntad de la esposa, hundir a todos, para él estar sobre todos, para que todos vieran qué infeliz era él con esa familia de perdedores. Tal vez, su intención era la de efectivamente educar con la actitud militar que se acostumbraba en los 30´s cuando los niños y las mujeres iban asustadas por los maltratos de los hombres. Sin embargo, a él no le estaba funcionando, en vez de conseguir que ellos produjeran algo bueno, se volvían cada vez más infelices y tristes. La intención del hombre, de que ellos fueran gente fuerte, no se cumplía. La gente que los conocía, los evitaba, era tan desagradable convivir con un hombre tan agresivo tan sulfuroso, tan maldito y poco amable con sus hijos. Tampoco tenían amigos de familia. No había manera de hacer amistad con otras familias, él resaltaba por su sarcasmo. Aunque siempre escondido, la gente notaba que su familia vivía infeliz por su trato del padre. Los amigos que tenían eran sólo laborales, nadie los buscaba, porque les molestaba la energía falsa que ellos emanaban.
Ella pensaba que eso estaba bien, que era la vida que les había tocado, y que en algún momento él recapacitaría si ella le insistía una y otra vez lo mismo. Un buen día escuchó que a ella, la actitud del marido, la hacía cómplice, ella no debía quedarse callada, ella debía denunciar a ese agresivo sulfuroso hombre que atacaba física y psicológicamente a sus indefensos hijos. Sus pobres hijos, que sólo tenían a su padre que los cuidara, irónicamente era precisamente, de quien recibieran el peor maltrato, el que les sembraba el dolor más profundo que imperaría el resto de su vida.
Ella que se sentía víctima de este maldito, cumplía dos papeles, víctima y cómplice. Ella que quería cuidarlos, los estaba lastimando doblemente. Ella se armó de valor, conocía la prepotencia del hombre, cuántas veces, lo había oído amenazarla, "tu no puedes hacer nada contra mí, si tu familia es tan idiota para dejarse allanar por abogados corruptos, yo también puedo. Tu familia no vale nada, y yo puedo hacer que te quiten a los hijos, cualquier abogado se prestaría a dejarte en la ruina". Pese a ese pensamiento, ella fue y metió la denuncia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario