domingo, 21 de diciembre de 2014

ANGELINE UNA MUJER ABURRIDA


Cuenta la historia de una mujer que vivía triste y desalmada, su cara no era apacible, tampoco feliz, pero tampoco agria ni desesperada. Su cara era plana. No mostraba felicidad, ni tristeza, alegría ni pesadumbre. Ella estaba aburrida. En su mirada había la languidez de quien descansa de un reciente dolor, pero que por otro lado no hay nada que la estimule para salir de éste. Su cara plana mpstraba gran tedio por la vida, una falta total de realización personal y sin embargo un tiempo de larga lucha en su vida.

Angeline tenía un hijo llamado Eduardo. Ella estaba encantada como todas las madres, lo están de sus hijos. Eduardo era un joven apuesto, bien armado, con la mirada fija en sus objetivos y sus resultados siempre puestos en alto. Angeline estaba más que orgullosa porque su hijo le daba muchas satisfacciones, le daba muchas sonrisas. Eduardo crecía y entraba a un gran trabajo, una maravillosa transnacional que le daba todo lo que cualquier hombre necesita. Los hombres que saben escalar en una transnacional, viven muy felices, porque le dan a sus jefes lo que ellos quieren ver, y a cambio reciben bonos y apoyos extraordinarios, con los que Eduardo se vanagloriaba. Angeline estaba en verdad muy feliz. Contaba a todos sobre los logros de su hijito, y todos le aplaudían porque él era exitoso y un líder que seguir.

Un día Eduardo encontró una esposa. Angeline torció la cara, esa joven le proyectaba demasiadas cosas. Era muy parecida a ella físicamente, hablaba de las mismas cosas, y le preocupaban las mismas cosas que ella. Su hijito había encontrado quien, al igual que su madre, le aplaudiera sus logros, dejando, como corresponde, a un lado a su madre adorada. Angeline perdía la paz, miraba con espanto, cómo perdía a su hijo en manos de su rival, una igual a ella. Sin embargo, ella era la madre de ese hombre hermoso, ella había cultivado a esa criatura exitosa y no estaba dispuesta a perderlo a manos de una hermosa joven con la que él compartiera sus días. Así empezó la guerra entre Angeline y Aurora...

Aurora,  había conocido a Angeline y se impresionaba de lo bien que se llevaban. Aurora iba encantada a casa de su suegra porque hallaba en su charla la manera ideal de pasar ratos estupendos. Angeline estaba shockeada, su rival la adoraba. Pasaron los años, Eduardo y Aurora disfrutaban los primeros 3 años de matrimonio, felizmente enamorados y encantados, hacían de su matrimonio uno de esos que cualquier enamorado desea. Había comprensión, había alegría, comunicación y ambos estaban felices de encargar a su primer hijo.

Angeline vivía molesta, esa mujer ahora le daría un nieto, ahora ella tendría que cuidar al hijo de su rival, sin embargo era una linda criatura. Eduardo y Aurora vivían las desavenencias y circunstancias de todas las parejas, a ratos se enojaban, y otras se reconciliaban, viajaban juntos y disfrutaban de tiempos hermosos al lado de sus ya tres hermosos hijos. La suegra era cada vez más desagradable para Aurora. Ahora con los hijos grandes, sin más asuntos que esconder, Aurora había conocido a una suegra amarga, envidiosa, enamorada de su hijo y buscando la forma de mantener a la nuera lejos de ellos.

Angeline como todas las madres antiguas, no había desarrollado ninguna pasión, ningún hobby que le fascinara, ninguna razón por la que mandar a su hijo temprano a dormir, para que ella desarrollara aquello que más le encantaba. Angeline, como madre antigua, sólo vivía para su hijo, estaba arrobada en él, porque esa era la moda, cuidar tanto a los hijos  que uno desapareciera del mapa. Angeline vivía aburrida. Su cara era aburrida porque su única pasión, su hijo, estaba casado haciendo su vida y ella ahora sola con su propio marido, tenía que inventar qué hacer para matar todos los días de vida que le quedaban.

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