Esa mañana empezó terrible, cuando uno descubre que lo han traicionado, cuando de pronto se da cuenta que aquello que uno había desechado y había negado, aquella propuesta que le habían hecho y la había rechazado por mala, sí se lleva a acabo, que se han tomado decisiones en tu propia casa, sin tu autorización, que la gente aprovechando la prepotencia del poder, de un pequeño apoyo y la mala comunicación, las cosas se hacen sin que uno desee. Mi enojo era superlativo, no había manera de apaciguar mi malestar, y de paso, toda la gente haciendo su santa voluntad, haciendo como si uno no existiera. En verdad había una chimenea saliendo de mi cabeza.
Salí de la escena, yo no iba a aceptar que se irrumpiera en mi casa, y los planes de un tercero salieran como ése lo había programado. Así yo enojada salí en busca de una diversión que me calmara, no había meditación capaz de calmar mi ansiedad, capaz de hacerme funcionar. Así entré en el club deportivo, allí encontraría algún amigo que me distrajera, que me dijera o me escuchara, entonces entré en el baño y me mire en el espejo: qué horror, mi cara hinchada, mis ojos rojos y las bolsas hinchadas, no había llorado, las lágrimas todavía no podían calmar mi ansiedad; he aprendido que aunque las lágrimas son el elemento químico que calma el cuerpo, a mí me distrae de mi objetivo de resolver, me hacen perder tiempo valioso para tomar la decisión correcta sin embargo, mi cara sí estaba hinchada, como si hubiera llorado largamente. Mi estado era como de león enjaulado, caminaba y hacía ejercicio, tratando de deshinchar mis senos nasales, mi ojos hinchados, todo se calmaría al hacer deporte.
Mi enojo no cedía, todo era malos pensamientos y ganas de ahorcar a esa persona que había invadido mi espacio, no podía pensar, la objetividad que mi buen amanecer me había dado, ya estaba olvidada. Seguía sin poder resolver. Finalmente, me puse a escribir, tomé un poco de sol y respiré, comí algo y la sangre alimentó el cerebro, encontré lucidez y comprendí mi error, comprendí qué me molestaba más, como siempre, la falta de comunicación.
Llegó la noche, mi cara ya estaba plácida, mi cuerpo se sentía más relajado, pero mi cabeza me dolía. ¿Qué parte de mi cabeza me dolía? ¿Qué parte de la cabeza recibe los golpes emocionales? ¿Qué parte del cerebro sale a responder ante cualquier peligro? La amígdala. Así es. He aprendido tanto del cerebro, que ya comprendí qué me dolía y por qué.
Hace no mucho tiempo, escuché que en caso de estress, en caso de enojo, se mueren las neuronas de la amígdala. La amígdala es quien recibe las malas noticias, pero como no sobreviviría con tanto malo, pues mata lo peor que le ha sucedido, para no recordarlo nunca más. Si yo fuera una amígdala y quisiera cuidar a mi amigo el hipocampo, a quien le envío todos los recuerdos emocionales que me han llegado, le pasaría los menos dolorosos, los de menor estress, los que me van a afectar menos en el futuro. Por esa razón las neuronas de la amígdala se mueren, porque no quieren recordar ese estress tan desagradable que vivieron. Algunos eventos se quedarán, aquellos que involucran alguna situación emotiva que involucre alguna escena, pero los del momento que uno olvida porque son muy fuertes, esos se olvidan completamente.
Mi sensación en mi cabeza era un dolor intenso a la altura del oído, las sienes me dolían un poco, tal vez como reflejo del dolor intenso que estaba sufriendo la amígdala, pero mi pobre amígdala ha sufrido tanto, que he comprendido lo que significa quedarse tonta, quedarse sin neuronas. He matado cientos de neuronas por culpa de una situación que no he previsto, ni he sabido resolver, mis pobres neuronas murieron, y nada habrá que las resucite. Eventualmente se dice que las neuronas del hipocampo si se regeneran, si se renuevan, pero, tristemente, las de la amígdala murieron. ¿Cómo me di cuenta? Porque mi vida en general, es muy controlada. Con mis ejercicios intuitivos y cuánticos, puedo prever algunas escenas, puedo elaborarlas y tomarlas, asirlas; entonces al sentir por la noche todo mi cuerpo, noté la diferencia entre un día normal y uno como hoy. Es impresionante sentir que hasta el cerebro se puede percibir, que no por estar debajo del hueso del cráneo y debajo de una zona que no se puede tocar, pueda uno tener la sensibilidad de comprenderlo.
Salí de la escena, yo no iba a aceptar que se irrumpiera en mi casa, y los planes de un tercero salieran como ése lo había programado. Así yo enojada salí en busca de una diversión que me calmara, no había meditación capaz de calmar mi ansiedad, capaz de hacerme funcionar. Así entré en el club deportivo, allí encontraría algún amigo que me distrajera, que me dijera o me escuchara, entonces entré en el baño y me mire en el espejo: qué horror, mi cara hinchada, mis ojos rojos y las bolsas hinchadas, no había llorado, las lágrimas todavía no podían calmar mi ansiedad; he aprendido que aunque las lágrimas son el elemento químico que calma el cuerpo, a mí me distrae de mi objetivo de resolver, me hacen perder tiempo valioso para tomar la decisión correcta sin embargo, mi cara sí estaba hinchada, como si hubiera llorado largamente. Mi estado era como de león enjaulado, caminaba y hacía ejercicio, tratando de deshinchar mis senos nasales, mi ojos hinchados, todo se calmaría al hacer deporte.
Mi enojo no cedía, todo era malos pensamientos y ganas de ahorcar a esa persona que había invadido mi espacio, no podía pensar, la objetividad que mi buen amanecer me había dado, ya estaba olvidada. Seguía sin poder resolver. Finalmente, me puse a escribir, tomé un poco de sol y respiré, comí algo y la sangre alimentó el cerebro, encontré lucidez y comprendí mi error, comprendí qué me molestaba más, como siempre, la falta de comunicación.
Llegó la noche, mi cara ya estaba plácida, mi cuerpo se sentía más relajado, pero mi cabeza me dolía. ¿Qué parte de mi cabeza me dolía? ¿Qué parte de la cabeza recibe los golpes emocionales? ¿Qué parte del cerebro sale a responder ante cualquier peligro? La amígdala. Así es. He aprendido tanto del cerebro, que ya comprendí qué me dolía y por qué.
Hace no mucho tiempo, escuché que en caso de estress, en caso de enojo, se mueren las neuronas de la amígdala. La amígdala es quien recibe las malas noticias, pero como no sobreviviría con tanto malo, pues mata lo peor que le ha sucedido, para no recordarlo nunca más. Si yo fuera una amígdala y quisiera cuidar a mi amigo el hipocampo, a quien le envío todos los recuerdos emocionales que me han llegado, le pasaría los menos dolorosos, los de menor estress, los que me van a afectar menos en el futuro. Por esa razón las neuronas de la amígdala se mueren, porque no quieren recordar ese estress tan desagradable que vivieron. Algunos eventos se quedarán, aquellos que involucran alguna situación emotiva que involucre alguna escena, pero los del momento que uno olvida porque son muy fuertes, esos se olvidan completamente.
Mi sensación en mi cabeza era un dolor intenso a la altura del oído, las sienes me dolían un poco, tal vez como reflejo del dolor intenso que estaba sufriendo la amígdala, pero mi pobre amígdala ha sufrido tanto, que he comprendido lo que significa quedarse tonta, quedarse sin neuronas. He matado cientos de neuronas por culpa de una situación que no he previsto, ni he sabido resolver, mis pobres neuronas murieron, y nada habrá que las resucite. Eventualmente se dice que las neuronas del hipocampo si se regeneran, si se renuevan, pero, tristemente, las de la amígdala murieron. ¿Cómo me di cuenta? Porque mi vida en general, es muy controlada. Con mis ejercicios intuitivos y cuánticos, puedo prever algunas escenas, puedo elaborarlas y tomarlas, asirlas; entonces al sentir por la noche todo mi cuerpo, noté la diferencia entre un día normal y uno como hoy. Es impresionante sentir que hasta el cerebro se puede percibir, que no por estar debajo del hueso del cráneo y debajo de una zona que no se puede tocar, pueda uno tener la sensibilidad de comprenderlo.
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