Esta es la historia de un hombre, que llamaremos "el tío de los bombones". Él era el clásico tío amable, divertido, que siempre tenía algo para los sobrinos: a veces eran dulces, otras juegos, los llevaba al cine, al parque, a cualquier actividad que los mantuviera entretenidos. Sin embargo le llegó al hombre el tiempo de sufrir. Su vida no podía continuar tan irresponsable como para solamente procurar felicidad a los sobrinos, para sólamente hacer felices a los chicos ajenos, había que prestar atención a sí mismo.
Existe un chakra, cuyo nombre no recuerdo que empieza a funcionar a los 40 años. Este chakra es el que hace al ser humano terminar la vida feliz, hacer de su vida algo que le satisfaga, cumplir sus deseos de infancia, ser exactamente como él de pequeño había soñado, cumplir con los propios deseos, y con las propias actitudes que siempre se habían deseado. En resumen ser el adulto que ese niño alguna vez deseó.
Al tío de los bombones, le llegó el momento de sufrir. Su padre había sido un hombre duro, un hombre recio, amargo, adusto. Su mirada era siempre seria, detrás de unos lentes profundos, sus ojos vivían perdidos tras de aquellos cristales, su barba, prominente como la de un sapo, su presencia desagradable como la de un sapo, todo su padre era un sapo que alguna vez fue príncipe para su esposa. El tío de los bombones, no se parecía en nada a su padre, él era amable, era cuidadoso, atendía a los chicos y era todo sonrisas para ellos. Eso no estaba bien, él debía ser y sufrir como su padre.
A sus 43 años, el tío de los bombones decidió terminar su vida responsablemente y encontró una mujer que le haría su sueño realidad. Ella era una mujer abandonada por su marido, con una hija que en este momente tenia solamente 3 años. Cuando el tío de los bombones conoció a este par de mujeres, se enamoró de ellas. La mujer era perfecta para su plan de sufrimiento, y la pequeña era la ternura más linda de los tres años, cuando las chicas son dulces, y son tiernas y son adorables, y tienen la dulzura que enamora a los hombres. Son los tres años de las pequeñas, cuando su papá es el príncipe, papel que ningún hombre puede rechazar. Así el tío de los bombones, se casó con este par de mujeres. Con la esposa, tuvo un hijo, y así, la familia de 4, iba feliz desarrollándose.
Un buen día, la esposa del tío de los bombones, empezó su trabajo de hacerlo sufrir. A sus hijos les hablaba mal de su padre, lo ponía en rídículo frente a ellos, les decía que era un mal hombre, que era holgazán y demás críticas que iban mermando la relación; así tras varias peleas, ella decidió abandonarlo y dejarlo solo. El tío vivía con su hijo, un chico bien parecido, de ojos verdes y pelo negro, tez blanca, fuerte y potente; el hijo igualito a él, era gordo y comía compulsivamente igual que su padre, el tío de los bombones. Era raro, huidizo igual que su padre. El hijo, repitió lo mismo que la madre, a sus 15 años, abandonó al tío de los bombones, dejándolo como le correspondía a la historia que debía vivir. El hijo odiaba a su padre, igual que el tío odiaba al suyo. El tío se hizo adusto como su padre y los trataba con la misma rudeza con que él había sido tratado. Sólamente emulaba a su propio padre, el abuelo del chico.
Las heridas de infancia, se heredan. El tío de los bombones, sabía que no estaba cumpliendo con su vida, porque no era tan amargado como su padre, porque era feliz, porque hacía felices a los chicos, algo que su padre no, por lo tanto, era momento de sufrir sus heridas de cumplir con la genética familiar y ser igual que su padre. Es tan fácil ir sufriendo, es tan fácil simplemente hacer lo mismo que aprendimos de pequeños, y no nos hacemos más fuertes que ellos. Pensamos, inconscientemente, que nuestros padres sufrieron gratuitamente, y por lo tanto es nuestro deber emularlos. Hay que vivir con la conciencia de lo que no queremos, para que al momento que nos veamos allí dentro, tengamos la capacidad de salir de dónde no queremos. ¿Cómo? simplemente siendo concsientes, mirándonos en el espejo de aquellos que nos precedieron y observando no emular aquello que nos molesta.
Existe un chakra, cuyo nombre no recuerdo que empieza a funcionar a los 40 años. Este chakra es el que hace al ser humano terminar la vida feliz, hacer de su vida algo que le satisfaga, cumplir sus deseos de infancia, ser exactamente como él de pequeño había soñado, cumplir con los propios deseos, y con las propias actitudes que siempre se habían deseado. En resumen ser el adulto que ese niño alguna vez deseó.
Al tío de los bombones, le llegó el momento de sufrir. Su padre había sido un hombre duro, un hombre recio, amargo, adusto. Su mirada era siempre seria, detrás de unos lentes profundos, sus ojos vivían perdidos tras de aquellos cristales, su barba, prominente como la de un sapo, su presencia desagradable como la de un sapo, todo su padre era un sapo que alguna vez fue príncipe para su esposa. El tío de los bombones, no se parecía en nada a su padre, él era amable, era cuidadoso, atendía a los chicos y era todo sonrisas para ellos. Eso no estaba bien, él debía ser y sufrir como su padre.
A sus 43 años, el tío de los bombones decidió terminar su vida responsablemente y encontró una mujer que le haría su sueño realidad. Ella era una mujer abandonada por su marido, con una hija que en este momente tenia solamente 3 años. Cuando el tío de los bombones conoció a este par de mujeres, se enamoró de ellas. La mujer era perfecta para su plan de sufrimiento, y la pequeña era la ternura más linda de los tres años, cuando las chicas son dulces, y son tiernas y son adorables, y tienen la dulzura que enamora a los hombres. Son los tres años de las pequeñas, cuando su papá es el príncipe, papel que ningún hombre puede rechazar. Así el tío de los bombones, se casó con este par de mujeres. Con la esposa, tuvo un hijo, y así, la familia de 4, iba feliz desarrollándose.
Un buen día, la esposa del tío de los bombones, empezó su trabajo de hacerlo sufrir. A sus hijos les hablaba mal de su padre, lo ponía en rídículo frente a ellos, les decía que era un mal hombre, que era holgazán y demás críticas que iban mermando la relación; así tras varias peleas, ella decidió abandonarlo y dejarlo solo. El tío vivía con su hijo, un chico bien parecido, de ojos verdes y pelo negro, tez blanca, fuerte y potente; el hijo igualito a él, era gordo y comía compulsivamente igual que su padre, el tío de los bombones. Era raro, huidizo igual que su padre. El hijo, repitió lo mismo que la madre, a sus 15 años, abandonó al tío de los bombones, dejándolo como le correspondía a la historia que debía vivir. El hijo odiaba a su padre, igual que el tío odiaba al suyo. El tío se hizo adusto como su padre y los trataba con la misma rudeza con que él había sido tratado. Sólamente emulaba a su propio padre, el abuelo del chico.
Las heridas de infancia, se heredan. El tío de los bombones, sabía que no estaba cumpliendo con su vida, porque no era tan amargado como su padre, porque era feliz, porque hacía felices a los chicos, algo que su padre no, por lo tanto, era momento de sufrir sus heridas de cumplir con la genética familiar y ser igual que su padre. Es tan fácil ir sufriendo, es tan fácil simplemente hacer lo mismo que aprendimos de pequeños, y no nos hacemos más fuertes que ellos. Pensamos, inconscientemente, que nuestros padres sufrieron gratuitamente, y por lo tanto es nuestro deber emularlos. Hay que vivir con la conciencia de lo que no queremos, para que al momento que nos veamos allí dentro, tengamos la capacidad de salir de dónde no queremos. ¿Cómo? simplemente siendo concsientes, mirándonos en el espejo de aquellos que nos precedieron y observando no emular aquello que nos molesta.
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