miércoles, 12 de marzo de 2014

EL PERDON ANHELADO

Cuánta gente vive arrepintiendose de los errores que ha cometido, vive pidiendo perdón por el daño que ha hecho a la gente alrededor, y continúa haciendo las mismas cosas. Pueden ir pidiendo mil perdones,  sin darse cuenta, que no hay perdón que pueda reponer las lágrimas derramadas, el dolor triste, la esperanza frustrada, la expectativa dolida, cuántos sentimientos provocados, por un simple ímpetu de ir lastimando sin pensar dos veces en la persona a la que tiene enfrente. Así repiten esta acción una y otra vez, con gracia sutil, con los dones abusados que un día Dios les ha dado.

Cuando alguien lastima sin piedad, es como un dinosaurio, que va destruyendo todo a su paso, como un terremoto que rompe y destruye, como un tsunami que al igual que un terremoto, destroza a su paso y deja inservible todo lo que el agua ha tocado. Una persona que lastima como una fuerza natural impetuosa, ¿cómo llega a decir "perdóname, no lo vuelvo a hacer"?. Lo interpreto como la canción de Gloria Trevi "No me querías lastimar..., me querías matar". Suena tan cínico como cuando al recordar y elaborar esas palabras de quien te ha lastimado, te ha dicho exactamente aquello que querías oír, para después decirte "qué crees, que estaba distraído". Esa gente que lastima como un dinosaurio, no puede ir como si nada, como si "perdón" fuera la respuesta a sus males, a su conciencia que le recuerda todo lo malo que ha hecho y que ahora le obliga a decir "perdón porque te he lastimado". 

Dice la creencia cristiana que hay pecados que no se perdonan sólo con el arrepentimiento, se perdonan reponiendo el mal hecho. 

Si se trata de matar, pues habría que ir con los familiares del muerto, a que pague los  males que su "impulsividad dinosáurica" su "tontería tsunámica" le ha provocado a la gente alrededor, tal vez sostener a los hijos huérfanos. Sin embargo hay daños de amor que no me imagino cómo se perdonan. ¿Acaso con decir "perdón, me equivoqué, la persona que se ha quedado dolida y alentada, se cura? Puede quedarse así, con el corazón adolorido, pero ¿Cómo se devuelve un dolor de amor? Una mentira explayada simplemente para divertirse, o para convencer a la otra parte de acceder a su voluntad. Por supuesto que hay gente que no vale la pena mirar, esos tsunamis, no valen nada, esos tsunamis, mejor que sufran solos en su agonía de conciencia adolorida. Esos  que provocan dolores de amor por lo menos deberían ir con ese parte lastimado y por lo menos mirando a los ojos, decir algo. 

Hay gente que disfruta sembrando rencor, que se enaltece en el dolor de saberse odiada, tal vez por eso, lastima como dinosaurio, lastima "sin querer" porque son felices regodeandose en el odio sembrado. 

Cuenta la historia de un cura llamado "el padre trampitas". De joven había sido un ladrón, un embaucador, pero como su educación fue altamente cristiana, en algún momento se arrepintió. Así el cura se fue al seminario y fue aprendiendo la forma de ser un buen sacerdote. Sin embargo, su conciencia le dolía, sabía que no podía estar como si nada porque su pasado le pesaba. Pasaron los años y un día fue con su superior tras una larga homilía sobre la conciencia. "Superior" se acercó desgarrado en dolor, con el sufrimiento patente de alguien que no puede fingir mas "yo no merezco estar entre la gente decente, entre la gente honesta que lucha por salir adelante día a día, yo merezco estar en la cárcel, entre los presos condenados, entre la gente como era yo tiempo atrás." El superior se sorprendió no esperaba esta reacción de este cura tan bueno que había resultado. Había mirado el gran cuidado que observaba en las misas, las homilías, las confesiones, y estaba convencido que había superado esa mala vida de la que venía. Serio y confuso le comentó "¿Qué propones? ¿Crees que si vives entre los presos tu alma vivirá en paz?" El cura tomó aire, cerró los ojos y con un nudo en la garganta exclamó "envíeme a las Islas Marías, con los presos condenados a nunca salir de allí". El superior impresionado por esta decisión, le respondió "¿estás seguro que eso calmará tu alma? Tendría que pedir permiso especial porque eso no es normal". 

Así pasó el tiempo. El padre trampitas, fue enviado a las Islas Marías donde convivió con los presos y sus familias, donde recibía un trato un poco mejor que el de un preso normal, pero donde él sentía estaba pagando la condena de ser un ladrón arrepentido. Ahí hacía la labor que Dios le había designado, "salvar almas, para la gloria de Dios". 

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