una canción triste
Era otro día nefasto, otro de esos en que los pesados grilletes se arrastraban por el piso, en que el corazón sin emoción ni gusto por la vida solo latía porque era su obligación, era su trabajo. Otro día mas de perseguir insectos, de romper bardas, de lidiar con los otros compañeros y Fabián no hallaba la forma de salir de ese horrible lugar.
Con odio miraba a su carcelera. Ella una mujer áspera, hostil no tenía nada de femenino, ¿qué haría una mujer en una cárcel de hombres? ¿qué clase de madre podría tener una mujer con ese aspecto grotesco? Era un día más en que la odiaba, la odiaba porque su amabilidad no existía, porque vivía molestandolo. Todos los otros presos también la odiaban, pero su relación con ellos era más amable, sin embargo con Fabián las cosas iban cada día peor. Un día le ponía un castigo no merecido, otro simplemente lo azotaba por el castigo que había cometido otra persona. Esa carcelera era peor que un hombre, era lo más malo que podría haberse encontrado en la tierra. ¿Quien habría sido su madre? Se repetía nuevamente.
Así vivía Fabián en la celda, sin motivación para vivir y con un par de grilletes en ambos tobillos que le impedían caminar con la libertad de otros tiempos. ¿Que podría haber sido tan grave que ahora se encontraba solo en el mundo azuzado por una mala mujer y con los pies llenos de pesares?
Fabián se despertó sudando con un sollozo en la garganta. Miró a su lado a su mujer, una persona hosca y superficial una mujer gruñona que solo de verla le daban ganas de llorar. ¡Ya se quien es la madre de esa carcelera! Es mi suegra y es tan mala como mi mujer, es ella la que le incita a maltratarme, a tratarme como si fuera un animal.
Pensar que cuando me casé me encantaba su fortaleza y su personalidad, hoy me da miedo. ¿Que pude yo hacer para que esa mujer se transformara en esa carcelera maldita? ¿Como pudo cambiar de ser una hermosa hembra fuerte a ser una asquerosa masculina? ¿Donde quedó esa dulzura hermosa y fuerte?
El, triste y cabizbajo se levantó de la cama para limpiarse un poco el sudor y aclarar su mente. ¿Qué lo unía a esa mujer? ¿Qué lo hacía permanecer junto a alguien que ya no quería?
Entonces recordó: Esa ahora fea mujer, alguna vez fue bella y dulce. El aunque más delgado y frágil que ella, sabía dominarla, y controlarla, la trataba con rigidez y no tenía palabras dulces para ella. El siempre tan soberbio y fuerte la tenía en su casa como un adorno, como una pieza de arte caro. Nunca le procuraba ternura, ni sexo ni nada. Ella allí se quedaba porque tenía una misión, tenía una obligación de cumplir: el mandato de Dios. Un día el se enfermó y ella se tornó en lo que era hoy. Todo el odio y resentimiento que en ella el había sembrado, hoy el lo pagaba. Todo el coraje y envidia que alguna vez le tuvo, hoy el lo recibía. Los grilletes del sueño eran solamente la obligación de pagarle el tiempo que durante su enfermedad le dedicó, la transformación que por su culpa ella sufrió. Ahora no podía simplemente abandonarla y decirle "ya no me gustas". El como hombre justo pagaba la culpa que en su momento provocó. El había hecho a esa mujer mala y fea, fiera y maldita. Simplemente ella era el reflejo de lo que el algún día fue.
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